Martes, 24 de diciembre de 2024
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El fin de una pesadilla
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El fin de una pesadilla

El fin de una pesadilla | Imagen 1

Por fin podemos decir que ETA ha desaparecido. Una noticia que llevábamos décadas esperando y que, por fin, tras mucho sufrimiento y centenares de muertos, podemos dar como una etapa cerrada, aunque haya heridas que vayan a quedar abiertas para siempre.

La amenaza del terrorismo etarra ha sido una espada de Damócles bajo la que ha vivido permanentemente la sociedad española, y bajo la cual han perdido la vida casi un millar de personas, especialmente en los denominados como "años de plomo", iniciados a finales de la década de los setenta y que se alargaron durante toda la de los ochenta.

En este sentido, el año más sangriento fue 1980, cuando ETA cometió 93 asesinatos, seguidos de los 86 de 1979 y los 65 de 1978. Y es que, en el periodo 1978-1987 todos los años contaron con más de 30 asesinatos por parte de esta banda terrorista, resultando una media de un muerto cada cuatro días en el mencionado 1980.

De este modo, en la década de los ochenta ETA cometió la escalofriante cifra de 401 asesinatos, cifra que se elevaría hasta los 624 si ampliamos el espectro temporal al periodo 1978-1992, que podríamos calificar propiamente como los 'años de plomo', en los cuales la banda terrorista cometió el 75% de todos sus asesinatos.

Por otro lado, nuestra comarca sufrió también duramente el azote del terrorismo etarra, con paisanos nuestros asesinados en otros puntos de España. En este sentido, podríamos citar a víctimas como Argimiro García Estévez (de Aldeadávila), Domingo Sánchez Muñoz (de Sobradillo), Rafael Sánchez Sierra (de Cipérez), Manuel Pérez Comerón (de Lumbrales), Ángel García Pérez (de Vitigudino), Sebastián Arroyo González (de Sobradillo), Joaquín Gorjón González (de Vilvestre), o Cristóbal Martínez Luengo (de Valderrodrigo)

En este sentido, convendría que como sociedad no se nos olvidase todo lo ocurrido, sobre todo para que no vuelva a ocurrir un fenómeno de terrorismo como el etarra, que ha dejado un reguero de sangre y centenares de vidas rotas. Y lo digo principalmente por todas aquellas generaciones más jóvenes que no han vivido los atentados de ETA, y que por ello podrían ser más proclives a frivolizar con el dolor de las víctimas.

En todo caso, creo que una de las claves para el final de ETA ha sido la propia actitud de la sociedad española y, dentro de esta, especialmente la vasca tras el atentado de Miguel Ángel Blanco, mostrando su rechazo a la violencia y con un mensaje claro de que, para lograr unos determinados objetivos políticos, la violencia nunca ha de ser el camino.

Hoy, desgraciadamente, y tras seis décadas de actividad terrorista etarra que tocan de una vez por todas a su fin, son muchos los que han tenido y tienen que seguir haciendo frente a la vida de una forma más dura, con el dolor desgarrador de no tener a su lado a sus hijos, padres, madres, maridos, mujeres, abuelos, etc, que fueron asesinados por el simple hecho de tener un trabajo como ser guardia civil, o por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Vidas rotas por el fanatismo. Vaya en honor a las víctimas del terrorismo esta columna.

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