Mi mujer recogía un premio. Era un momento ideal para presumir orgulloso de compartir la vida con alguien como ella. Y le pedí que me dejara acompañarla. Fui de su brazo hasta el CaixaForum, un sitio precioso en el que hacen exposiciones y cosas de cultura y así; en el corazón mismo de mi ciudad, en el cogollo del arte capital.
A la entrada nos dieron unos auriculares para la traducción simultánea y vimos cómo preparaban la merienda que ahora llaman "cáterin". Pintaza total. Mi Eva, que es Cristina, se puso a la cola para acceder al auditorio, pero enseguida nos dijeron que los galardonados entraban directos, sin esperas. Dio su nombre y entré con ella. Acompañante. Teníamos sitio reservado en las primeras filas.
Mi Eva, que es Cristina, recogía el Sello Solidario que otorga la Fundación Manantial a las entidades y empresas que contratan a personas con problemas de salud mental. Y es que la cooperativa que fundaron hace ya nueve años siempre ha dado oportunidades a los que tienen la mala suerte de padecer un trastorno mental. Recumadrid se llama su empresa. Se dedican a recuperar personas y, para conseguirlo, recuperan cosas como muebles, ropa, papel, plástico, libros, juguetes y discos. Y a mí se me hincha el pecho cada vez que lo cuento.
Ver a mi otra mitad recogiendo el galardón fue un orgullo máximo. Pensé que había amortizado el día más que de sobra. Pero me equivoqué. Nada raro en mí. Lo del premio fue un subidón total, pero quizá por esperado se quedó ahí. Nada que ver con lo que sucedió después, con la sorprendente mesa redonda que completaba el acto.
Moderaba la periodista María Jesús Espinosa de los Monteros y participaban personas diagnosticadas con distintas enfermedades mentales. Todos ellos profesionales en distintos campos: informática, márketing, secretariado y hasta un escritor y pianista de éxito como James Rhodes.
El diálogo fue absolutamente delicioso. En él se conjugaba la denuncia con el agradecimiento. Denuncia a las malas praxis psiquiátricas basadas únicamente en la farmacopea y agradecimiento a una sociedad cada vez más tolerante con el diferente. Durante los tres cuartos de hora que duró el diálogo consiguieron trasladar a los más de trescientos espectadores que abarrotábamos el auditorio sus emociones y razonamientos. Hablaron de la escucha, del estigma, de la inclusión social y laboral, de la recuperación de los pacientes. Y todos repetían, de un modo o de otro, la misma idea: Ser normal es ser uno mismo, y eso es muy poco normal. A mí me pareció lo más cuerdo que había oído nunca.
Y me fui de lo más feliz. Con mi normalidad, que es de lo más anormal.
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