Que el process catalán era algo que acabaría radicalizándose, estaba entre lo totalmente previsible. Basta con observar el escaso seguimiento que se hizo de la llamada hoja de ruta del independentismo, made in Artur Mas, cuando puso su firma el 27 de Septiembre de 2014 al decreto que autorizaba el referéndum del 9-N. En ese preciso momento debió activarse el artº 155 de la CE. A juzgar por el valor que demuestran hoy ante los jueces, nos habríamos ahorrado no pocos disgustos y la economía de Cataluña estaría mucho más boyante que hoy.
Los que somos padres sabemos qué hacer cuando un hijo emprende una senda equivocada. Para evitar males mayores, iniciar el tratamiento en cuanto se tienen las primeras noticias. El árbol que no se endereza de joven, cuando crece no vuelve a recuperar su buena forma, so peligro de llegar a romperse, o secarse. El soberanismo catalán siempre ha pretendido alcanzar lo imposible, pero no se piense que de una forma inconsciente; no, no, se los puede tachar de obsesionados, pero nunca de ignorantes. Llevan demasiado tiempo anclados en la irracionalidad y el desdén porque enfocan la realidad de los hechos con unos prismáticos puestos del revés. La quimera independentista en que están inmersos no los deja pensar en el bienestar del pueblo catalán Están muy atentos a la reacción de "Madrit"; si se da la callada por respuesta, o se hace la vista gorda, lo que comienza siendo una simple algarada, acaba en violentos enfrentamientos. La historia no tan lejana de España está llena de ejemplos.
Desde estas mismas páginas se ha puesto de manifiesto la falta de decisión de un gobierno lento en sus reacciones. Puede que en alguna ocasión careciera del apoyo suficiente para aplicar las medidas apropiadas, pero también es cierto que esos partidos que le niegan su respaldo serían los mismos que afearían su conducta si no las aplicara. La integridad y firmeza del Estado debe prevalecer siempre sobre la correlación de fuerzas. Cuando un gobierno no puede aplicar una norma que considera útil para la nación, debe disolver la Cortes y que sea el pueblo el que determine qué política es la apropiada para ese momento. Todo antes que cruzarse de brazos y dejar que los violentos decidan por los demás.
La realidad de un mundo globalizado no lleva, forzosamente, a la arcadia de una sociedad cohesionada y solidaria. Solamente en los grandes enfrentamientos bélicos las naciones se han implicado con todas las consecuencias. En la política de asuntos domésticos, los países se llenan de buenas intenciones, se preocupan de su propia economía, pero buscan no quedar mal con nadie. El ejemplo lo tenemos de actualidad. Democracias con solera, como la británica, están poniendo una vela a Dios y otra al diablo. El famoso Times se ha puesto descaradamente del lado de los independentistas catalanes, escandalizado de que en España se emplee la justicia para corregir a rebeldes y sediciosos. Como si en el Reino Unido solucionaran sus problemas acudiendo a los caballeros de la Mesa Redonda. Ya se distinguió este mismo diario por las crónicas sesgadas y falsas de los sucesos del 1-O. Lo mismo que los ingleses, ya hay daneses, belgas, finlandeses y alemanes, debidamente interesados y aleccionados por los de siempre, dispuestos a apoyar las tesis independentistas de los catalanes, y preparados para, si el Estado español es el primero en mostrarse débil, echar toda la carne en el asador y poder acabar con ese ente tan molesto llamado Unión Europea, que para nada concuerda con su forma de entender la política.
Todo el entramado del process catalán se sustenta en una continua mentira. Mienten los políticos procesados cuando dicen estar arrepentidos, mienten cuando aseguran que Cataluña independiente sería más próspera, mienten cuando se arrogan la representación de todos los catalanes y mienten cuando propagan ser un movimiento pacífico. De que no son pacíficos están dando muestra todos los días, pero alguno va más allá y echa de menos un muerto que despierte las conciencias de dentro y fuera de Cataluña. Ya ha pasado el tiempo de mostrarse comprensivos con quienes no están dispuestos a aceptar la legalidad. El diálogo que proponen pasa por no renunciar a una independencia alcanzada fuera del procedimiento que recoge la Constitución. Ante esa realidad, no cabe otra política que la que aprobó todo el pueblo español.
El Gobierno que no esté dispuesto a cumplir con su obligación y los partidos que, debiendo apoyar el cumplimiento de esa ley, no lo hagan, no son dignos de la consideración de los españoles. Hemos demostrado ser una nación lo suficientemente avanzada y civilizada como saber perfectamente lo que nos conviene y para no preocuparnos de lo que puedan criticar desde fuera aquellas personas o entidades que nunca buscan nuestro provecho.
El Gobierno, a gobernar para toda la población y a cumplir con los compromisos internos y externos adquiridos. La oposición, primero a controlar al Gobierno y después a intentar mejorarle. Los españoles a colaborar con los políticos que más se acerquen a sus aspiraciones. Y entre todos, arrimar el hombro para conseguir una España mejor. Esas críticas exteriores, siempre interesadas, provienen de personas cuyos gobiernos tampoco tolerarían lo que sucede en Cataluña. Así pues, nosotros a lo nuestro, y ellos a lo suyo.
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