El director del Instituto de las Identidades de la Diputación Provincial realiza un repaso por los actos más singulares de cuantos se celebran en los municipios salmantinos
El Miércoles de Ceniza representa en nuestra cultura de tradición popular el punto final de una tradición orgiástica, como es el carnaval, de arraigo grande en nuestra tierra, pero también el inicio de un tiempo, el de Cuaresma, que alcanza su cénit en la Semana Santa y desemboca en el estuario de la Pascua. Un tiempo con profundas intersecciones católicas, a pesar de las cuales no olvida cierta nostalgia de la edad de la magia. Un tiempo de tradiciones y costumbres que, en el ámbito rural, posee rasgos identitarios que refuerzan la cohesión de los miembros del grupo. Se convierten así en ceremonias colectivas, en representaciones o liturgias, en las cuales cada cual adopta su propio rol, que le viene impuesto por un protocolo no escrito, transmitido por tradición oral.
El rigor de las restricciones consuetudinarias a que obligaba la jerarquía de la Iglesia durante la Cuaresma, acrecentado en la postguerra por el nacional catolicismo, era atemperado la tarde de los domingos (cuando ya el de Piñata había quedado aparcado hasta el año siguiente) con aquellos largos paseos por la carretera, como reflejaba Manuel Summers en esa película de referencia, casi pieza testigo del costumbrismo en torno a la muerte, que es La niña de luto.
La Cuaresma, como período de instrucción e iniciación para la Semana Santa solía acoger el rezo o relación de calvarios, muy del gusto popular, los viernes y su versión cantada los domingos (así se hacía en Herguijuela del Campo). También el desarrollo de Viacrucis aplacaba la sed de dramaturgia que el pueblo saciaba finalmente en los repertorios procesionales y las liturgias teatralizadas de la semana de Pasión. Las obligaciones de la norma cuaresmal alimentaria, imponía el potaje (el imperio del bacalao) los viernes, pero la abstinencia podía ser burlada de manera oficial por medio de la Bula de la Santa Cruzada, vigente hasta 1966, cuyos privilegios papales vienen siendo otorgados desde la Edad Media. Quien hace la ley, hace la trampa. La adquisición del documento nominativo que permitía saltarse a la torera las imposiciones alimentarias de la cuaresma no solo otorgaba el salvoconducto para condenar las carnes tolendas (que no todos podían permitirse con alegría), sino que añadía un punto de prestigio o estatus social. Algunos estipulaban ser enterrados con esta bula (pero las digresiones a este propósito quedan para otro momento). La cuaresma tenía su propia representación iconográfica en una vieja de siete piernas (una por cada semana cuaresmal), que a veces portaba en la mano una bacalada. Se la llamaba Cuaresma y Vieja Curesmera y se le iban cortando una a una las piernas hasta el domingo de Pascua.
La Semana Santa, en sí, tiene en el Domingo de Ramos no solo la puerta de acceso, sino también una de las celebraciones de más grande resonancia tradicional. Quien no estrena el domingo de Ramos no tiene ni pies ni manos? era la cantinela que se entonaba para forzar la voluntad paterna. A modo de dicho amenazante, éste recuerda aquel otro, propio del bautizo: Si no tira confitura, que se muera la criatura.
La bendición de los ramos era uno de los momentos más esperados, desatándose a menudo una especie de codicia vegetal por lograr el ramo más grande y con más hojas. Se ha empleado para el condimento gastronómico, pero también para la elaboración de todo un arsenal de protección de la casa: ramos para las ventanas y balcones, cruces de palo para clavar en las puertas o de hojas entrecruzadas para los dinteles? El caso era asegurar el blindaje de la casa a la invasión de fuerzas negativas del exterior (la de las brujas, esencialmente). También su inmunidad a los rayos.
Entre el lunes y el miércoles santos se desempolvaban las andas, se remudaban las imágenes (vestideras o no) para su incorporación a las procesiones, manifestaciones consoladoras del extinto teatro religioso popular, que en la Edad Media servía para catequizar, primero dentro de las iglesias y luego en los atrios, hasta que se salió de madre y fue excomulgado. También se disponía el aparato escénico para el monumento, que era una de las morfologías de arquitectura y decoración de interior efímeras más interesantes del protocolo litúrgico tradicional.
Ese entusiasmo popular por el teatro, que en décadas pasadas se desfogaba en el viejo arte de echar comedias (permítaseme parafrasear a Lope de Vega) en muchos de nuestros pueblos, espuntaba el vicio en distintos ritos: el de las tinieblas (diluido a partir del Concilio Vaticano II), con su atronadora interpretación a base de carracas y matracas en la oscuridad de la iglesia y su infalible efecto aterrador en la concurrencia infantil. También el lavatorio de pies era contemplado con arrobamiento por ese mismo público, siempre agradecido a cualquier salida del guión rutinario de una misa de domingo. O la lectura dramatizada de la Pasión? Excepcional, pues no hemos encontrado otro similar en la provincia, era el de los judíos en Gallegos de Solmirón, que se seguía celebrando a mediados del siglo XX y hoy extinto. Ocho personajes con indumentaria específica que participaban en los ritos del Jueves y Viernes Santo y también del Domingo de Resurrección y que los naturales llevaban a gala representar como seña de identidad propia.
El Cabildo en Navales, el domingo de Ramos, y el Tálamo en Béjar, el jueves Santo, son celebraciones identitarias que proporcionan carácter a estas localidades de la provincia.
Las procesiones (particularmente la del Santo Entierro o carrera) han convocado una devoción desbordada, salpimentada de rasgos locales: el Dainos en Cantalapiedra, el Jueves Santo, y ya el viernes el Juitas en La Alberca, el Cristo de San Martín en Salvatierra de Tormes, el de la Cama en Peñaranda de Bracamonte, el Amarrao en Vitigudino? y esos cantos con finales arrastrados (¡Perdona a tu pueblo, perdónale, Seeeeeñoooor!). También los viacrucis, como el que los hombres llevan a cabo con solemnidad y emoción en Villoria, o el de Pedrosillo de los Aires, que remata con la subasta de los banzos del Cristo para meterlo en la iglesia. Los descendimientos, como el de Lumbrales y las pasiones representadas en La Alberca, Serradilla del Arroyo y Candelario (se está implantando también en Tierra de Ciudad Rodrigo).
El Lunes de Aguas ha visto adulterado su significado primigenio, contaminado por acontecimientos históricos que se remontan al siglo xvi y que han proyectado una imagen equívoca de esta fiesta |
El Domingo de Pascua proporciona marco a la procesión del Encuentro entre la Madre y el Hijo; la primera es despojada del negro manto de dolor para proclamar la alegría de la Resurrección por medio del blanco. Ledesma representa, delante de Santa María la Mayor, ese encuentro literalmente a la carrera. Peñaranda de Bracamonte, en cambio, ofrece la singularidad de un personaje, el Arcángel San Miguel (representado por un niño con sus alas), que proclama la Resurrección de Cristo y da pie para quitarle el luto a la Virgen María, y que recuerda el personaje protagonista de otro rito popular, en idéntica fecha, conocido como la Bajada del Ángel, en Aranda de Duero o Peñafiel, entre otros lugares de la región. En La Vellés, la singularidad la ofrecen los niños que llevan roscas de pan en la procesión. En Sotoserrano, los muchachos descuelgan y queman el Judas, después de voltearlo hasta desentrañarle la paja en el aire de la Plaza Mayor. A trazo grueso, este es el guión de la Semana Santa, que año tras año revive, actualizándose, en nuestros pueblos.
Desde la semántica de las fiestas tradicionales, el Domingo de Pascua era el portazo de salida del invierno. La primavera se entronizaba con la salida al campo para comer el hornazo (el sur y el occidente de la provincia así lo han venido celebrando): es la primera gran ceremonia colectiva del culto a la naturaleza, con tintes gastronómicos, ¡cómo no! ("No hay jolgorio sin comistorio"). La semana de Pascua es también la del ofertorio de huevos cocidos al Cristo del Socorro en Fuenterroble de Salvatierra y la del Dialpendón en La Alberca.
La Pascua y sus hornazos se extienden hasta el Lunes de Aguas, en la octava del Lunes de Pascua, fecha que en la capital ha visto adulterado su significado primigenio, contaminado por acontecimientos históricos que se remontan al siglo XVI y que han proyectado una imagen, a mi modo de ver, equívoca de esta fiesta, asociándola exclusivamente a la prostitución, cuando ésta probablemente no ha sido más que una reescritura de la celebración que, eso sí, da mucho más juego mediático que el que proporciona el significado original.
El Lunes de Aguas también abre las compuertas del caudal de romerías que, como fiestas naturalistas esenciales que son, se precipitan por la devoción popular: la de la Virgen del Mensegal, en Endrinal de la Sierra y la del Gozo, en Los Santos; la de la Virgen de los Remedios, en Buenamadre y del Castillo, en Yecla de Yeltes, o la del Cristo de las Aguas, en Alaraz.
La primavera queda instalada, así, entre nosotros.