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La justificación de la primavera
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La justificación de la primavera

Actualizado 21/03/2018
Carlos Aganzo

Nadie se justifica hoy. No solo parece que no hay razones para ello si no que la soberanía individual es tan prepotente que hacerlo es un sinsentido. No hablo de la política. Allí, al contrario, las justificaciones afloran cada minuto, aunque sean espurias, retahílas de lugares comunes, explicaciones torticeras. Hombres y mujeres que se desdicen, que tienen relatos alternativos para hacer más llevadera su incongruencia. Personas que manipulan la verdad y, sobre todo, se sienten pagadas de sí mismas. Sin embargo, justificarse, para el común de los mortales, es una acción en desuso a tal extremo que, al tratarse de algo reflexivo, no solo no lo hace quien debe por acción o por omisión, sino que tampoco lo demanda quien podría esperar una aclaración. Tiempos miserables de ninguneo y de aislamiento en los que lo que importa es llegar y el éxito es el gran argumento existencial.

Hay viejos principios de conducta que se mantienen, otros han desaparecido y algunos se han trastocado. No es nada nuevo. Lo que sí lo es tiene que ver más con las recientes tecnologías de la comunicación y de la información. Su inmediatez, viralidad y universalidad han construido un enjambre novedoso. El tradicional dilema de la justificación por la fe o por las obras es una disyuntiva clásica en el terreno de la teología que en un tiempo impregnó la razón de ser de la gente llevándola hasta el sacrificio último de la guerra. Hoy, no obstante, el patrón de la necesidad de justificar los actos se entontece con un símbolo adocenado de los muchos que se usan en las redes sociales sustitutorios de la palabra; la difusión al listado de contactos exhibe la posición banal sobre cualquier asunto con independencia de su enjundia. Sus formas de proclamar quién se es y en qué manera se alinea en una u otra cuestión. No hay deliberación alguna, todo está sobreentendido y si no algún analista de big data dará en su momento la explicación pertinente.

Justificarse tampoco parece necesario en las relaciones humanas cotidianas de ámbito más íntimo y que no están expuestas a las grandes redes, aunque se pensara que el modo de articularse estas últimas hubiera contaminado a aquellas. Si se dice que José Martí solo criticaba con su silencio, hoy ese comportamiento podría extenderse a la gente que se justifica con la callada por respuesta. Sé que la justificación es la premisa para que funcione el raciocinio que es la antesala, entre otras posibilidades, de la compasión, una especie de emanación súbita en los bienintencionados. Se necesita una armonía en la cadena de los acontecimientos, en el proceso de construcción del relato de nuestra convivencia, más aún, de la elaboración de la secuencia lógica en que se construye nuestra vida. Pareciera, entonces, que somos prisioneros de un atavismo mecánico que no hace sino replicar el comportamiento de la naturaleza. ¿Alguien ha pedido cuentas de por qué hoy ha llegado la primavera sepultando la gélida inquina del invierno?

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