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El toro íntegro y el arte de aplaudir
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al hilo de las tablas (Por Fermín González)

El toro íntegro y el arte de aplaudir

Actualizado 15/03/2018
Juanjo Mena

Necesitamos el toro y la que debe exigirlo e imponerlo es la afición con el amparo y la seriedad de la autoridad, aunque moleste a empresarios, toreros y apoderados

Hay un punto de vista que siempre hemos venido manteniendo muchos de los que nos ocupamos de la fiesta de los toros, unidos también a buena parte de la afición y medios de comunicación en los últimos años. Todos seguimos manteniendo la certeza de que si la afición se pusiera en su sitio, y ésta exigiese la presencia del toro-toro, todo lo que huele a trampa, a falsificación, a manipulación caerá por los suelos. Defendemos firmemente que frente a la verdad del toro no cabe sino la verdad del toreo. Y al borde de ambas verdades se erguiría la emoción en la que se basa y por la que sobrevive la fiesta brava.

Tenemos multitud de ejemplos. Cuando el bravo está en la arena, y la plaza es importante, todos los espadas, cada cual en su medida de valor, arte y sentir, son capaces de levantar un monumento al toreo. Sin embargo, hartos estamos de que esto deja de producirse cada día más y son contadas ocasiones en las que asoma por toriles el toro enterizo, poderoso y veloz en el envite. Adoleciendo, por tanto, de los intensos momentos que pueda producir el espada ante su oponente. Y con ello hacer llegar al tendido, la vibración y el entusiasmo necesarios con el fin de que el aburrimiento, el cansancio y el bostezo no se apoderen de la concurrencia.

Necesitamos el toro. Y la que debe exigirlo e imponerlo es la afición con el amparo y la seriedad de la autoridad, aunque moleste a empresarios, toreros y apoderados; es también deber de peñas, agrupaciones taurinas y aficionados defender todos las esencias de la Fiesta, oponerse a que se desvirtúe e impedir que la desbarranquen con desorbitados afanes mercantilistas que se antepongan a la autenticidad de ella.

Lógico es que quien paga, y por lo tanto mantiene a empresarios, apoderados, toreros y otros, lo haga con la certeza de que no será defraudado. La corrida podrá ser buena o mala. Eso es harina de otro costal. Pero lo que deberá ser es corrida de toros, de toros con la edad, con su peso, su casta, su cabeza intacta y fuerza en las manos. Será bravo o manso, eso es imprevisible, pero será toro, que es de lo que se trata. Claro que todo esto es un candoroso optimismo y la cosa ha cambiado tanto, en cuanto a público, crítica y autoridad, que el nivel de exigencia, está de "capa caída".

Hay cosas que uno no acierta a comprender cuando se sienta en el tendido de una plaza de toros. Y quiero referirme a aquellos que se sienten aficionados, los cuales tienen el irrefrenable deseo de aplaudirlo todo.

Ocurre en la mayoría de las tardes, en las que se da una exhibición del toreo más vulgar que se pueda concebir, que las suertes correspondientes a la lidia hayan sido una lección de despropósitos, y la estocada final un lamento de ejecución y colocación, para que los aplaudidores se pronuncien con inusitada cantidad de vítores ante lección tan impresentable. Cuando esto ocurre en plazas de pueblos, - pues eso -, uno se sonroja o mira hacia otro lado; cuando ocurre en plazas de las llamadas importantes, uno se muere de vergüenza. Ni qué decir que cada una de estas peripecias de aplaudidores y voceros, personajes singulares dentro de los ruedos, -no se dan cuenta-, pero hacen el más espantoso de los ridículos.

Los primeros comienzan a aplaudir desde que salen las cuadrillas y no paran hasta marcharse, tanto si salen a hombros o cabizbajos por la aciaga tarde. En cuanto al vocero, este se hace oír en toda la plaza, pero además no cesa de hablar toda la tarde, exponiendo no solo sus juicios y opiniones, sino hasta sus sensaciones más íntimas. Tienen a bien suplantar con su jolgorio el hastío y la desgana del desdichado espectáculo, cuando este se manifiesta con aire triste de mala y sosa capea "pueblerina". Y, desde ese punto, todos deberíamos integrarnos a estos.

No piensen que estoy en contra de aplausos, ovaciones, vítores y voz sonora ¡no!... Solo pienso que esto debe producirse cuando llegue el estímulo, la emoción y la razón de ser, al igual que debe hacerse con la protesta -con motivos- ¡Claro que cada cual tiene los suyos!.- ¡A que sí!

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