En el pasado, nos gustaba guardar los "guapos"; con esta voz, aludíamos al traje charro, al mantón de Manila, a las alhajas de oro y aljófar, al vestido de terciopelo y de los mejores paños, que se lucían en las fiestas grandes y en los acontecimientos familiares y sociales de la mayor solemnidad y galanura.
Se conservaban como "oro en paño" entre bolas de alcanfor, para que su textura y abalorio no se desfilacharan con la corrosión nocturna del tiempo y la voracidad de las larvas de la polilla; "guapos", que había que orear con el viento cierzo de marzo, ese que limpia, fija y da esplendor a todos los avíos de la naturaleza.
Y hablando de "guapos" la iglesia de Santiago de la Puebla también conserva y exhibe sus joyas del arte: "la capilla funeraria del licenciado Toribio" y su "Calvario"; no las esconde, las muestra ahí con su frescura ambiental, para que todos nosotros podamos disfrutar, admirar y valorar, en ellas, el ingenio de sus autores, Vigarny y su discípulo aventajado, Diego de Siloe.
Y, para que no caigamos en la apatía de su permanente presencia, me he propuesto traer a colación la escena escultórica, para que nos recreemos, una vez más, en su belleza.
El Calvario es todo de madera dorada y policromada. El marco, en el que aparece colocado, está formado por dos columnas adosadas a pilastras, una a cada lado: con basa, fuste liso y capiteles corintios y, entre sus carnosas hojas, aparece una especie de flor de lis. Encima tienen un trozo de entablamento para darle mayor altura.
Sobre ellas se apoya un arco levemente apuntado; el marco está todo dorado, pero se conserva en mal estado, pero casi todo el dorado está saltado. Dentro del marco, aparece la Cruz y, a ambos lados, las figuras de la Virgen y de san Juan. El Cristo tiene la cabeza inclinada hacia la izquierda y ceñida por una gran corona de espinas; sus cabellos son largos y su rostro marcadamente doloroso; su cuerpo es demasiado delgado y alargado, buscando en ello quizá el darle más expresión y patetismo a la figura; el paño de pureza se anuda a la izquierda de la figura, y sus pliegues están tratados de manera que sugiere la tela mojada; la Virgen aparece cubierta con un gran manto de pliegues muy movidos, suaves y airosos, que le oculta casi el rostro; lleva sus manos cruzadas sobre el pecho en un gesto de profundo dolor; la figura de san Juan es la más patética del grupo; el Santo viste túnica larga, que le cubre hasta los pies, cuyos pliegues se adhieren al cuerpo; tiene una pierna adelantada; su cabeza está inclinada hacia la izquierda; los cabellos le caen en crenchas desmadejadas a ambos lados del rostro, redondeado y aplastado, en el que queda bien marcada la emotividad que, en este caso, Siloe ha llevado hasta el último límite de lo doloroso; con una mano sujeta un libro, mientras que su otro brazo cae desmayado hacia abajo con un gesto de suma impotencia.
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