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El poderoso signo de la puerta abierta
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El poderoso signo de la puerta abierta

Actualizado 27/01/2018
Jorge Moreno / El Norte de Castilla

El poderoso signo de la puerta abierta | Imagen 1

Yo soy la puerta: el que entre por mí se salvará; entrará y saldrá, y encontrará pastos.

Juan 10, 9

Que se abra, que se use, que se cruce, es lo que da sentido a la puerta de una iglesia. Cerrada casi siempre sería puerta de contrasentido, contrapuerta, contradiós. Abierta a menudo, como la de San Marcos en lugar frecuentado por tantos caminantes, o la de San Martín que se divisa en el horizonte al emprender la Rúa Mayor desde el otro extremo, la puerta del templo es un signo potente, valioso testimonio y pertinente invitación. Abierta siempre está la del Corpus Christi, y abierta y acogedora teníamos la de la Vera Cruz, que ahora despide a quienes se venían encargando de abrirla cada día desde hace casi sesenta y seis años, las Esclavas del Santísimo.

La puerta de la Capilla daba paso a una estancia privilegiada para la oración. Allí, en permanente exposición, la Eucaristía, presencia real y verdadera de Jesús, y allí también el auxilio de las imágenes sagradas, reflejo de Quien quiso encarnarse para salvarnos, que sólo desde un ignorante prejuicio pueden ser desdeñadas. No son incompatibles, cada cual en su grado, la adoración eucarística y la oración con las imágenes. No pueden serlo. Como tampoco podemos conformarnos con esta gran pérdida que lo es para la ciudad, despojada de un pulmón espiritual; para la diócesis, que ve apagarse uno de sus "centros luminosos"; para la cofradía, que deja de contar con el mejor aliado en el cumplimiento de sus fines; y para las religiosas, que cierran una de sus casas fundacionales.

Digo "daba" y quiero poder decir "da", o un pronto "dará". De la pérdida hemos de trabajar para obtener ganancia: para la ciudad que ha de seguir respirando por el pulmón de la Vera Cruz, para la diócesis salmantina obligada a ser luz en medio del mundo, para la cofradía comprometida con su objetivo de dar culto público a la Cruz y a la Inmaculada, y para las Esclavas, que merecen que se continúe la obra iniciada por ellas en Salamanca, o mejor dicho, emprendida por el mismo Señor, que la seguirá acompañando y la llevará a término según su Voluntad. La puerta de la Capilla muchos la queremos, la soñamos, la necesitamos abierta. Es como el pozo de Siquem al que acudimos a sacar agua, y en el que de vez en cuando nos sentimos, como la samaritana, interpelados por Jesús. Tan fresco manantial no puede secarse. Tan simbólica puerta no puede cerrarse. Ojalá pronto haya quien habite la pequeña vivienda de la cofradía, por qué no una nueva comunidad capaz de vivir allí su carisma y de compensar esas estrecheces abrazada al amor del Señor, como han hecho las Esclavas. Los cofrades habríamos de recibirla con gratitud y facilidades, como compañera de camino. Será difícil en estos tiempos de aparente desierto vocacional, pero lo justo y necesario es confiar, orar, esforzarnos para que la puerta de la Capilla de la Vera Cruz permanezca abierta.

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