A Elena Jiménez Lago y Guillermo Corbalán Matta
I
La noche había caído con la premura habitual en esta parte del mundo. Cuando en otras ciudades aún quedaba tiempo para aprovechar el día, aquí el cielo se había vestido con sus prenda oscura y las estrellas danzaban con su rutilante coreografía. Guillermo visitaba la ciudad de nuevo. Meses antes, en un centro educativo distinguido, había departido sobre cultura hispanoamericana, con énfasis en la lengua de Fray Luis de León. La cartografía urbana, por lo tanto, no resultaba nada nuevo para él, aunque en virtud del paso del tiempo y su alquimia se encontraba poblada por recuerdos que no siempre alcanzaban a materializarse en palabras, y por palabras que no siempre alcanzaban a reflejar todas sus vivencias del pasado. Elena enríquecía la charla con ricos suministros de historia de su amistad en España. Sí, al principio eramos solo conocidos. Estudiamos juntos, pero casi no hablábamos. Fue hasta después cuando trabamos amistad. Como suele ser en la vida, esos reencuentros suceden en tono festivo y clave de complicidad. Yo ahí era el invitado. La pura casualidad de ser colega de trabajo de Elena me había llevado al paseo de esa tarde-noche. La vida con su natural amasijo de solemnidad, risa, sueño y vigilia nos llevaba por cauces de diálogo entre civilizaciones y aprendizaje mutuo, cum grano salis, que transcurrían paralelos a los canales de la Venecia de Oriente por la que caminábamos. Nuestra ruta era más bien la conversación, antes que un punto en el mapa, si bien calles distinguidas nos llevaban a ellas con su blanco embrujo de sabores, vestidos, arquitecturas y misticismo. Sin lugar a dudas ?dije cuando recorríamos Shantang Jie?, el destino de mi tierra latinoamericana se imbrica de manera inexpugnable con el de la tierra china, tan lejana y tan cercana en su cultura de jade, canales y amor. Este generoso caudal irriga España y enriquece su historia. El origen y el destino de los pueblos no puede no cifrarse en la idea de cooperación para el crecimiento y el desarrollo. La pluralidad de seres en el mundo, como las estrellas arriba y las personas abajo, tenemos un papel en la obra de esta magnífica creación.
Shantang Jie
Suzhou
II
El ser humano nunca ha dejado de preguntarse por el sentido de la vida. Nuestro paso por el mundo no resulta transparente. Se aprecian pliegues en el tiempo y el espacio, que cautivan la atención. Se intuye algo que se esconde. Pero si bien nuestra frágil condición aspira a tales respuestas y padece cargas de trabajo, también se vivifica con las ricas corrientes del tiempo libre y el ocio. Siempre tenemos a la mano una puerta abierta al reposo y el ingenio, donde el espíritu despliega su agudeza. Esta fotografía tomada con Elena y Guillermo a mi lado pone de relieve ese espacio compartido por el mundo. Resalta la hermandad entre las naciones, pues echa luz sobre usos y costumbres similares. Las personas juegan al Jiang una noche de verano. Un paseo por las calles de este país no se distingue de uno por las calles de otro Continente. El concierto de las orquestas suena bajo la dirección de una misma batuta, que no tiene otra finalidad que no sea la exaltación de la mujer y el hombre en su paso por la vida. Se pone de realce la mística de lo cotidiano, en palabras de José Matías Núñez Fernández, cuya Tesis Doctoral late entre estos renglones .
El juego aquí y en China
25 de noviembre de 2017
Suzhou, China
Juan Ángel Torres Rechy
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