¡Hermoso oficio el de payaso! Yo, que soy una forofa del circo, siempre recordaré mis sesiones vespertinas en el mes de septiembre viendo la función de los circos que venían por ferias a Salamanca. También cuando a deshoras aparecía algún otro más modesto, que solía plantar su carpa en los Pizarrales. Allí estaba yo, con mis padres o con mis hermanos, encandilada por todo lo maravilloso que ofrece el arte circense, porque el circo, sostengo, es un verdadero arte, y el día que desaparezca, que espero sea nunca, habremos perdido demasiado.
Y en el circo, mis favoritos siempre eran los payasos, mejores o peores, pero siempre con gracia e ingenio, el tonto y el listo, o el bueno y el astuto. Cuando aparecían en pista yo era feliz, les estaba esperando desde el principio: ni fieras, ni trapecistas, ni elefantes ni funambulistas, nada como los maravillosos payasos. Los mejores que vi en mi vida fueron los payasos de la tele, ¿se acuerdan?, ¿dónde están ustedes?, cuando los veía se me iban los ojos a la pantalla y soñaba con verlos en carne y hueso en Salamanca, pero nunca vinieron por aquí. Mi madre siempre me hablaba del genial Charlie Rivel, al que por cierto imitaba muy bien y nos hacía reír a todos en casa a mandíbula batiente, ¡qué tiempos!, y mi padre no dejaba nunca de recordar a los Hermanos Tonetti con su circo Atlas, que venía a Salamanca cuando él era un chaval. Por todo ello, en mi imaginario los payasos eran algo muy grande, los respetaba, los admiraba, los adoraba.
¿Y a qué viene todo esto?, preguntarán ustedes, ¿es que voy a escribir un artículo sobre payasos? No, hoy no toca, pero alguna vez lo haré, se lo debo por tantos grandes momentos que me han hecho pasar. Hoy quiero hacer una apología, una defensa apasionada del payaso como símbolo del bien, de la inocencia y de la alegría, porque me encuentro de vez en cuando la expresión pero para aplicársela a políticos indignos o lamentables o grotescos. El último caso es el del diputado catalán Gabriel Rufián, independentista y militante de Esquerra Republicana de Cataluña.
El tal Rufián se ha convertido en el espectáculo para días grises en el Congreso de los Diputados. Su manera chulesca de hablar, su desprecio al contrincante, sus expresiones burdamente castizas, hacen que se esperen con expectación sus intervenciones. ¿Qué dirá hoy, por dónde saldrá, cómo nos sorprenderá?, parece que están en la mente de nuestros diputados cuando Rufián coge el micrófono.
La última ha sido este miércoles. Rufián escenificó el gravísimo tema de la corrupción en España y concretamente en el PP, exhibiendo unas esposas, que habían servido para detener a los políticos independentistas y conducirlos a prisión hace varios días, reivindicando que a quien había que ponérselas era a Rajoy, como máximo representante de su partido. Toda una performance en regla para llamar la atención. Como era de esperar, muchos le han respondido atacándole y algunos han utilizado como muestra de desprecio el nombre sagrado de payaso.
¿Rufián, un payaso? Dios mío, por favor, a qué extremo de ignorancia hemos llegado. ¡Ya querría serlo!, pero no tiene ni categoría ni talento ni imaginación suficiente para entrar en ese gremio sagrado, en ese oficio de dioses, en esa categoría artística al alcance de pocos.
El Parlamento es una cosa muy seria para convertirlo en sede de estrafalarias actuaciones. No me gustan nada diputados así, pero que nada, pero por favor, quienes quieran criticarlas que sean medianamente rigurosos en las expresiones que utilicen. Que no le hagan el favor a Rufián de introducirle en gremio tan insigne. Búrlense de él, si quieren, pero utilicen ustedes también la imaginación y no recurran al burdo expediente de prostituir el significado de las palabras.
Queridos payasos: perdonadles. Se ve que no os conocen, que no han experimentado el gozoso placer de contemplaros en la carpa de un circo haciendo felices a quienes os admiramos, que somos tantos, entre ellos la legión de niños que os siguen y de la que seguimos formando parte quienes una vez lo fuimos y seguimos sintiéndonos tales porque fueron los mejores años de nuestra vida, y a ello contribuisteis, y mucho, vosotros, amados payasos.
Marta FERREIRA
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