Esa fraternidad que ha de prevalecer siempre entre todos los que habitamos esta hermosa Península Ibérica parece estar sufriendo no pocas convulsiones en todo este tiempo que nos toca vivir. ¿Nos merecemos esto? ¿Contribuimos todos, con esa irracionalidad pasional que nos caracteriza como pueblos latinos, a echar más leña al fuego? Parecería que sí. Puesto que se está dando rienda suelta, e impúdica, a cainismos de las más diversas calañas.
Y aquí añoramos aquel sueño fraternal del iberismo, que, a finales del siglo XIX y principios del XX, propugnaran escritores e intelectuales de la talla de los portugueses Guerra Junqueiro u Oliveira Martins, entre otros, el vasco-salmantino Miguel de Unamuno, o el poeta catalán Joan Maragall (cuyo poema "La vaca cega" traduciría tan bellamente Unamuno), al entender esa vinculación histórica y anímica que nos une a todos los pueblos ibéricos en una fraternidad, que nos vincula sobre cualquier tipo de diferencias.
Y es ese sueño de la fraternidad, del entendimiento, del diálogo, de la aceptación de nuestras diferencias? el que hemos de ser capaces todos, en este momento histórico, crítico y decisivo, de levantar de nuevo. Frente a todas las tentaciones de choques de trenes, frente a sectarismos y exclusivismos, frente a cainismos que surgen no de la razón, sino de las tripas.
No, no es esa la vía. Se ha de cerrar esta herida, a través de las palabras, a través de las actitudes pacíficas, a través de la comprensión. Y nada de tierra arrasada, nada de sometimientos de nadie, nada de humillaciones de ningún tipo. No nos merecemos eso. Somos unos pueblos civilizados, con una cultura y una historia que apuntan siempre a esa fraternidad que, cuando se ha producido, ha dado los mejores resultados, ha alcanzado los mejores logros, de todo tipo, que se han producido en nuestras sociedades.
Eliminar de un plumazo instituciones consolidadas no es la solución, porque surgieron de una política de acuerdos que fue capaz de fundar y de consolidar nuestra democracia y nuestras libertades.
Hay líneas rojas, que están en la mente de todos, que jamás se debieran traspasar. En un diálogo entre periodistas, celebrado en una cadena televisiva, uno de ellos, José Antonio Zarzalejos, indicaba que una de las líneas rojas que jamás debería traspasarse es la del uso de la fuerza. Y hay muchos tipos de fuerzas que nunca deberían de usarse, nunca.
En un momento determinado de esta crisis, determinados ciudadanos levantaron la bandera blanca del diálogo. Esa sería la solución. ¿Por qué fue tan efímera esa propuesta? ¿Por qué a lo largo y ancho de nuestro país no se levantó ese color de la paz, del diálogo, del acuerdo, de la palabra civilizada?
¿Nos merecemos otra cosa? ¿Nos merecemos esas cabezas que ?según el decir poético machadiano? no piensan, sino que embisten?
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