Para mí es indiferente la respuesta de Puigdemont a Mariano Rajoy: en la Cataluña actual, el Estado español es ya algo tan lejano y tan abstracto para sus ciudadanos como pueda serlo la Administración de Lituania o de Azerbaiyán. ¿Y a quién de nosotros le gustaría ser gobernado por lituanos o por azeríes? A nadie, por supuesto.
O sea, que en la práctica Cataluña viene siendo independiente desde hace tiempo: con idioma oficial propio, policía propia, libros de texto con una historia propia, un mundo imaginario propio a través de su televisión pública y un censo ciudadano con todos sus detalles personales al servicio de la Administración autonómica. ¿Se puede pedir más?
Por eso resulta lógico que millares y millones de súbditos catalanes sean, en mayor o menos medida, independentistas. ¿Podrían ser otra cosa? ¿Deberían ser, incluso, otra cosa?
No sé qué día, exactamente, Cataluña se convirtió, de hecho, en un territorio independiente, al margen de la legislación española en muchos aspectos. Si sé, en cambio, que el proceso se inició hace más de 40 años con la complicidad, el beneplácito o la simple indiferencia de todos. En mis diferentes conversaciones a lo largo del tiempo con los fallecidos Trías Fargas y Manuel de Pedrolo, o los hoy imputados Jordi Pujol o Lluís Prenafeta, pude hacerme una idea cabal de aquella realidad.
Por ello, por esa situación factual de independencia, que no de simple autonomía, no sé cómo pretenden algunos que se restaure la legalidad constitucional en Cataluña. Sí, ya sé, que existe un artículo 155 en la Constitución y otra panoplia legal de medidas que lo prevén. Pero, ¿alguien se cree que son fáciles de emplear?, ¿alguien resulta tan osadamente optimista o irresponsable que cree que una vez decididas se aplican por arte de birlibirloque?
Si hace tiempo que no se acepta la legalidad española por las autoridades políticas del Principado, ¿por qué van a permitir ahora que se les impongan medidas realmente coercitivas? ¿No lo impedirán por la brava miles de sus votantes mediante planes perfectamente acordados y preparados? Si Cataluña ya resulta, de hecho, una entidad administrativa independiente, como la República de Donetsk lo es respecto a Ucrania, ¿cómo podrá ejercer allí su autoridad el poder central?
Me temo que no podría hacerlo sin un elevadísimo coste, en uno o en otro sentido. Así, pues, ante una realidad que me supera y me deprime, mi mayor tentación es no volver a hablar de este tema irresoluble y que sea lo que Dios quiera.
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