En un enroque fantástico la Primera República llegó a España atrapada en el lazo de su debilidad. Hija bastarda de una monarquía sin rey, vino al mundo convocada por políticos monárquicos, en un país de penumbras y mordazas, sin destino republicano, sin apoyo popular y sin respaldo internacional -sólo la reconocieron Estados Unidos y Suiza-. Y los escasos republicanos que había no se pusieron de acuerdo en qué hacer con la ilegítima.
Poco o nada le importó la doliente orfandad al Congreso de los Diputados, que eligió como Jefe del Ejecutivo a Estanislao Figueras, un republicano moderado que tuvo que hacer frente a los conservadores, que corrieron a embarcarse en otro golpe de estado; a los católicos, porque la criatura se declaró laica; a los jornaleros, que se levantaron en Andalucía y ocuparon fincas; a los carlistas, que seguían en pie de guerra; a las tropas mambisas[1] cubanas, que no rendían su duermevela; a los alfonsinos, cada vez más numerosos junto a las estatuas de bronce; a la crisis económica; al hambre? y a sus propios correligionarios, porque para colmo de desdichas los escasos republicanos no tuvieron un objetivo común y en un sí es no es se escindieron en "unionistas" o defensores de una república centralizada y "federales", que apostaron por un estado constituido por diecisiete regiones federadas donde se integrasen los estados, o los países, o las naciones, o los cantones[2] que según ellos conformaban España.
Tantos problemas explican que al ritmo de la marcha de Riego se sucedieran cuatro presidentes de gobierno en diez meses largos, se redactase una Constitución -que nunca entró en vigor-, se recrudecieran las guerras carlista y cubana y estallase una insurrección cantonalista que dio la puntilla a la República. Por lo pronto Estanislao no pudo superar las turbulencias y haciéndose de cruces abjuró de España y escapó a Francia. Desde allí, por telegrama, comunicó su dimisión.
Cuando en el verano de mil ochocientos setenta y tres estaba en el poder su sucesor, el federalista Francisco Pi y Margall, más de treinta ciudades se proclamaron cantón independiente y España se convirtió en rincones.
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