27 años de misión, "ocho años pasé también en China, un año en Pekin y siete en Shanghai"; "en ningún momento me he arrepentido"
Hasta Ulán Batur, la capital de Mongolia, y una de las ciudades más grandes del norte de Asia, le ha llevado su vocación misionera. Francisco Javier Olivera es uno de los 15 misioneros salmantinos que desarrollan su labor en el continente asiático. Francisco Javier pertenece a la parroquia de San Juan Bautista, a la segunda comunidad neocatecumenal, "en la cuál se fue forjando la vocación presbiteral y misionera". 27 años de misión, "ocho años pasé también en China, un año en Pekin y siete en Shanghai", y ahora en Mongolia. "En ningún momento me he arrepentido", y confiesa que "si volviera a nacer y conociera este tipo de vida la eligiría sin duda".
¿Qué le ha llevado a más de 8.000 kilómetros de Salamanca?
Puedo decir que yo no elegí este tipo de vida. Al nacer, mi madre me puso el nombre de Francisco Javier por el santo misionero S. Fco Javier, y me ofreció al Señor para ser sacerdote misionero en Asia, y el Señor escuchó esa oración. A los 19 años fui enviado al seminario misionero internacional Redemptoris Mater de Takamatsu en Japón, donde fui ordenado sacerdote, actualmente soy sacerdote diocesano de esa misma diócesis, pero siempre ligado a mi parroquia y a mi comunidad neocatecumental de orígen.
Es cierto que algunas veces, debido a las dificultades, se duda un poco, pero viendo todo lo que Dios ha hecho durante estos casi 27 años en misión esas crisis pasan muy veloces. Yo he visto a la gente muy agradecida en China, en Japón y ahora en Mongolia. Normalmente cada uno se mueve por sus propios intereses, por trabajo, para mejorar economicamente...y que lleguen unos que no se mueven por esas motivaciones, sino por todo lo contrario, es algo que a muchas personas impresiona.
Mongolia es un país que despierta curiosidad, pero desconocido para muchos.
Mongolia es un país bastante duro por la climatología, inviernos muy largos, la media es de 20 grados bajo cero con una contaminación brutal en la capital que es dónde vivo. Por parte del gobierno todo son dificultades, a veces uno tiene ganas de irse, pero el que manda es el Señor y las dificultades poco a poco se van solucionando.
¿Ha sido fácil adaptarse?
Para mí adaptarme siempre ha sido fácil, en Japón, en China y aquí, ya que siempre he visto que Dios es el que me manda y el que me ayuda en cada sitio. Siempre he llegado a los sitios sin saber lo que me iba a encontrar, y eso también me ha ayudado a aceptar lo que viniera.
El país es tres veces España y apenas tres millones de habitantes, casi la mitad en la capital, con lo que es resto está muy despoblado.
¿Cómo vive el día a día en la misión y qué centra especialmente su labor?
Mi vida aquí pues es bastante sencilla. Empiezo a las 5 de la mañana y después de rezar salgo con mi socio a celebrar la eucaristía. A veces resulta peligroso, sobre todo en invierno por el hielo y por los animales que se nos cruzan por el camino. Después a estudiar la lengua, que no es fácil. Por motivos de visado y las leyes de aquí no puedo celebrar la eucaristía en las iglesias, pero con las monjas tempranito no hay problema. Doy clases de japonés en una empresa y a través de los cantos intento un poco trasmitir el mensaje cristiano del amor de Dios.
Las leyes en Mongolia prohiben el catecismo fuera de las pocas parroquias permitidas, y tampoco se pueden realizar misiones populares por las calles. Los domingos tenemos un pequeño grupo donde tratamos de estudiar un poco la historia de Salvación. Conmigo han venido también 3 familias misioneras, una española y dos coreanas. También dos chicas laicas y mi socio, misionero laico. Formamos un equipo de evangelización, una missio ad gentes.
Aquí hay mucha pobreza, muy poco trabajo, y muchos robos por las calles. Es poco lo que podemos hacer, pero si conseguimos que uno solo cambie de vida me doy por satisfecho. Esto a mí me confirma en la llamada a la misión.