Ayer hizo ochenta y tres años que se jubiló Miguel de Unamuno en medio de una gran fiesta nacional decretada por el Gobierno republicano, celebrando actos que comenzaron a las diez de la mañana con una misa en las jesuitinas antes de ir al Paraninfo con togas y mucetas para el acto académico, al que sólo pudo acceder un privilegiado grupo de gente, permaneciendo en el exterior la multitud oyendo los discursos a través de altavoces instalados en el patio y las galerías.
Unamuno invistió doctor honoris causa al profesor y poeta portugués Eugenio de Castro, director de la Facultad de Letras de Coimbra, y tras el discurso de Francisco Maldonado, el señor Castro hizo el suyo, expresando el mutuo afecto y las afinidades espirituales que le unían con Unamuno. Luego Unamuno pronunció su discurso jubilar, diciendo a los alumnos: "Día a día he venido labrando mi alma y labrando la de otros, jóvenes, en el oficio profesional de la enseñanza universitaria y del aprendizaje. Que enseñar es, ante todo y sobre todo, aprender".
Al terminar su discurso se distribuyó el texto impreso en los estrados académicos, y el ministro de Instrucción Púbica, Filiberto Villalobos, leyó el decreto que nombraba a Unamuno Rector Vitalicio del Estudio, creaba la "Cátedra Miguel de Unamuno" y se daba su nombre al Instituto de Bilbao, firmado ese día por el presidente de la República.
Concluyó el acto con unas elogiosas palabras del presidente de la República, diciendo que Unamuno representaba lo más alto de la intelectualidad española, antes de partir hacia el Palacio de Anaya para inaugurar allí el busto que hizo a Unamuno el escultor Victorio Macho, adquirido por suscripción popular, pronunciando José Camón Aznar, catedrático de Arte, la glosa correspondiente.
Luego participaron en el banquete que tuvo lugar en el mismo Palacio de Anaya, servido por el Novelty, siendo amenizada la sobremesa por la tuna universitaria, saliendo a continuación hacia la plaza de toros para asistir a la fiesta, donde participó la banda municipal de Madrid y los coros portugueses.
A las cinco de la tarde partió hacia Madrid el Jefe del Estado con todo su séquito, acudiendo Unamuno por la noche a una reunión con antiguos alumnos, que le ofrecieron una cena en el restaurante Viuda de Fraile, retirándose pronto a su casa de la calle Bordadores para organizar el viaje que emprendería al día siguiente a Las Batuecas, en el coche Balilla de Ara, con Fernando, Cañizo y Pujol.
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