Esta tarde, estoy muy disgustado, lo que se dice con la moral baja. Me había citado el médico para quitarme la escayola; mira la radiografía y me dice que aún está la cosa un poco tierna, y que hay que mantener el brazo en cabestrillo, hasta primeros de octubre. ¿A que es para desazonarse? ¡Con las cosas que tengo empataratás!
Hasta la fecha, he estado entretenido preparando el boletín de octubre, que ya se encuentra en la imprenta a punto de ver la luz. Pero, ¿qué hago ahora? Es que encima no puedo leer, porque me duermo: esto trae el envejecimiento, por más que me esfuerzo en sentirme joven.
La otra tarde, me quedé postrado con el libro en la mano derecha, -la que está en uso-, y se me cayó al suelo, y se descompuso todo; menos mal que era mío, me lo había regalado mi hermano: lo tuve que componer, pegar el lomo y dejarlo sobre la mesa, para que se asentara bien.
El libro se titula "Historia de una taberna", de Antonio Díaz Cañabate. Me animó a leerlo su autor, que, a mí me chiflaba con sus crónicas de toros, que publicaba, hace cuánta, en el ABC: todas ellas llenas de talento y literatura, y que yo leía en el reservado del casino de Macotera, para que no me molestase nadie, pues Díaz Cañabate era el cronista de mayor solera del mundo taurino.
Y la taberna aún existe: se encuentra en la calle "Mesón de Paredes, 13", de Madrid, y se la conoce como taberna de Antonio Sánchez. Esta taberna ya existía en 1830. Su primer dueño conocido fue el picador Colita, que, luego, vendió el negocio a otro diestro, Cara Ancha. Y, en 1884, compró el local Antonio Sánchez, cosechero manchego, natural de Valdepeñas, que la bautizó con su nombre; con el tiempo, se la traspasó a su hijo, Antonio Sánchez, torero madrileño; su hermana, Lola, regentó la tasca hasta 1979. Se cerró un tiempo, hasta que, en 1982, la volvió a poner en marcha, Juan Manuel Priego Durán.
Según se cuenta fue lugar de reunión de los aficionados a los toros y sus torrijas fueron tan famosas, que el rey Alfonso XIII y su familia las demandaba para desayunar a diario.
Se trata de un libro costumbrista. He aprendido de él cosas, como a distinguir una taberna o tasca de un bar: en la taberna sólo se bebe vino y se habla de toros; en el bar, se bebe de todo y se habla de fútbol; y Cañabate sale de la tasca y se pone a narrar la vida social del Madrid de la primera mitad del siglo XX: de cómo vestían las mozas con faldas, que cubrían hasta los tobillos, con mantoncillos de crespón y con peinados relucientes de bandolina (brillantina); y lo que costaba conquistar a una moza, una moza para casarse; y, una vez, la conseguías no podías dejártela escapar. Entonces, no existía la coeducación; las mujeres y los hombres iban por caminos distintos y paralelos, que no se encontraban ni en el infinito, y lo único que hacían las mujeres y los hombres, de aquel tiempo, era mirarse. ¿Cómo declarar el amor a una mujer, si las madres creían que el solo medio de salvar a sus hijas consistía en no dejarlas sola ni un minuto? En la Puerta del Sol y calles aledañas se vendían formularios de cartas de amor, y se aprovechaba la complicidad de la criada o amiga, Y la respuesta de la moza: "Hablaré con mi madre".
Y, por aquí voy del libro.
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