La Historia del libro y la lectura no constituye un relato de importancia discreta en el estudio de la vida cultural de las naciones. Como otras tantas Historias, arroja luz sobre diseños intelectuales que han ahormado al espíritu del hombre. Por su naturaleza, se trata de una obra en construcción. Devela mecanismos en el sustrato de la transmisión y metamorfosis de modelos pedagógicos de alfabetización. Incide en el rumbo del progreso tecnológico, científico y humanístico.
Un problema al que se ha enfrentado el Sistema educativo ha sido la dificultad de disolver la visión de la literatura como compartimento estanco, impermeable, distante incluso de un posible fomento de la oralidad como práctica del diálogo y el enriquecimiento mutuo. Estamos ante la punta de ovillo de una situación compleja, relacionada con el Sistema educativo básico y de enseñanza media (con repercusiones en el nivel superior) de países como México. En la literatura como práctica cultural, resulta imperativo crear vínculos con la experiencia vital del lector, o crear en la interioridad de la persona un espacio afín al contenido de una literatura competente. Debe construirse una pedagogía encaminada a la apropiación de la lectura como instrumento para comprender el mundo y actuar sobre él.
En este sentido, no resulta incorrecto hablar de un objetivo utilitario. La lúcida reflexión de K. Raine1 orienta nuestro discurso cuando reparamos en la expresión y apreciación artísticas como herramientas para la organización y edificación del mundo, con base en el dispositivo inmaterial de cultura forjado en el estudiante. Se genera una conciencia humanística que favorece por partes iguales una comprensión profunda de la Historia del ser humano y una capacidad no solo de actuar en ella, sino también de transformarla, reorientando los vectores de su trayectoria.
El conjunto de las observaciones apela a la identidad de los pueblos. La caracterización de la sociedad actual como ?líquida?, según Z. Bauman2 refleja el desplazamiento de un currículum humanista hacia una marginalidad. En cambio, progresivamente gana terreno un modo de operar efímero, derivado del uso incorrecto de las nuevas tecnologías. La oralidad se ve mermada por un día a día en la realidad virtual, volcado en un espacio donde se prescinde de la materia fónica en la comunicación. Los caracteres de los diálogos (sic) en redes sociales o en servicios de mensajería instantánea aparecen como sombras de conversaciones ausentes. La cualidad insustituible y relevantísima de los recursos digitales en el medio social tiene una contraparte en la disminución de componentes afectivos en las relaciones interpersonales, con su tacto y su oralidad.
1 Véase Utilidad de la belleza. Traducción de Natalia Carbajosa. Madrid: Vaso Roto, 2015, págs. 65-97.
2 Véase Vida líquida. Traducción de Albino Santos Mosquera. Barcelona: Paidós, Paidós Estado y Sociedad, 143, 2006.
Nota bene. Hace un año (tres de septiembre de 2016) se publicó en esta columna «La juventud hispanoamericana», que inspira el presente artículo y prefigura el siguiente.
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