El conseller Marzá ha presentado las cifras de su departamento para el nuevo curso con una desorganizada e improvisada puesta en escena llena de datos seductores. Se ha permitido el lujo de expresar la confianza de que nadie quiera «alterar la normalidad del inicio de curso», incluso ha resumido su intervención con un titular del manual que conservan en los cajones de Campanar: «El alumnado es el centro».
Aprovechándose de la poca memoria de la opinión pública, de las pocas ganas de beligerancia que tiene la comunidad educativa, del estancamiento nacional del pacto educativo, de la confortabilidad administrativa de los correligionarios y de la seguridad que proporcionan los aliados del Botanic, el conseller se muestra como un aplicado alumno de Maquiavelo. Se ha dejado las deportivas en su casa y está descubriendo la necesidad de adaptarse a las exigencias de los guiones administrativos porque una cosa es gritar en la oposición y otra cosa es dialogar en la administración.
En lugar de pisar los charcos conflictivos que le han llevado a ser el servicio público más judicializado y con más quejas pendientes de los ciudadanos, se ha refugiado en el periodístico arte de las cifras. Ha dicho que se ha incrementado un 12% la inversión por alumno, que un 21% más de los alumnos se han beneficiado de las becas de comedor, que hay 16 centros educativos nuevos, que se ha incrementado un 75% la provisión de plazas de profesorado de refuerzo, que habrá un 29% del profesorado, que se convocarán 3.000 plazas de oposiciones, que se han incrementado las becas, que se ha consolidado Xarxa libres.
No ha dicho nada de la empobrecedora igualdad de oportunidades que maneja, del 'curriculum oculto' que hay en el plurilingüismo de sus huestes, del desconcierto en los servicios territoriales de inspección, de los cambios de plantillas en determinadas áreas y del intencional desprecio a una concertada excluida intencionadamente de la administración en determinadas normativas. Miente cuando dice que los públicos llegan a pueblos donde los concertados no se instalan, como si estuviera dispuesto a consentir que una confesión religiosa, una cooperativa o un grupo de padres creara un proyecto educativo de servicio público. Tampoco ha dicho nada sobre cómo piensa afrontar el perfil de los profesores y programaciones educativas de las nuevas confesiones religiosas.
No ha desvelado qué necesidad real tiene la sociedad de una 'Nueva Ley valenciana de Educación' cuando no sabemos si su pulmón pancatalanista continuará el discurso desintegrador de España y si excluirá la cooperación público-privada como ya hacen en otros servicios. Parece afrontar el otoño madurando como político, mostrando que se ha hecho mayor. Como dice la canción de Julio Iglesias: «y es que el alma le estaba cambiando de niña a mujer».
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