Tristeza, incredulidad, dolor, mucho dolor es lo que estos días sentimos todos los españoles ante los atentados de Barcelona y Cambrils, y en medio de tantas banderas a media asta, de tantos minutos de silencio, de tantas manifestaciones de repulsa a tan salvajes actos, de consuelo para las víctimas y sus familiares, de ánimo para todos los catalanes, de gratitud, de cariño y de respeto, que es lo único que podemos hacer ante lo que ya es inevitable, surge la eterna pregunta: ¿Por qué?, pero como en otras ocasiones, no hay respuesta, es imposible explicar que personas que frisan los veinte años, en lugar de arreglar el mundo, lo destruyan en nombre de un dios que les pide matar a seres inocentes, de una patria que les pide morir por ella y de una idea que les han inculcado sirviéndose de su desconocimiento, de su incultura, de sus miserias, porque detrás de estos asesinos siempre hay alguien que manipula, que ordena y que vive del macabro negocio de la muerte, son ellos, los enemigos del bienestar, de las democracias, de los derechos humanos.
La única luz de esperanza que se vislumbra en esta tragedia ha sido la reacción de tantos y tantos musulmanes que viven en nuestro país, hombres y mujeres que avergonzados de sus viles compatriotas han pedido perdón públicamente sin ser culpables, han tenido palabras de aliento para las víctimas y han llorado con todos los españoles, porque terrorista no es sinónimo de musulmán, puedo dar fe de ello, siempre que he visitado países islámicos he encontrado gente hospitalaria, amable, generosa y dispuesta a servirte en todo momento como a una verdadera reina.
Es posible que sean ellos precisamente los que mejor puedan ayudarnos a conseguir lo que todos deseamos: que la fuerza de la razón, por el bien de todos, acabe imponiéndose a la razón de la fuerza.
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