Debería "prohibirse" escribir (dictar y publicar) autobiografías antes de cumplir ochenta. Aunque sea futbolista famoso, torero, o multimillonario. Y es que la vida da y da vueltas y suele dejar descubierta alguna zona de valor antes de los últimos capotazos (o balonazos). Y no debe ser lo mismo escribir y contar subido en la cresta de la ola que cuando la misma ola te ha tirado y te rebozas en arena y sales tan desairado. No es lo mismo.
Esto de hoy me viene a la cabeza con lo de los muchachitos futbolistas (artistas, políticos y demás) que escriben y publican libros a los veintitantos. Aunque la fortuna les haya dado un espaldarazo sorpresivo desde adolescentes. Se pueden contradecir. Una vida que se analiza con treinta años no puede tener poso suficiente ni madurez. Y, por el contrario, cualquier vida de ochenta, puede ser rica y plena de vivencias. Y no necesariamente por haber viajado, salido y entrado, sino por la profundidad de lo vivido, la intensidad de lo analizado y hasta lo sufrido. La sabiduría siempre anduvo en la experiencia. Y hoy se llega a obviar eso. Incluso eso mismo llega a constituir un peligro y una irresponsabilidad. Dar carta de validez universal a los análisis y directrices de los menores en edad (y menores de edad mental) es una locura. La edad sólo es un problema cuando se tiene tanta prisa en vivir, cuando todo es ansiedad y precipitación por llegar a algo. Todo acaba valiendo para hacer una buena llegada a tiempo. Incluso doparse y engañar. Mientras analizar, sopesar, elegir caminos correctos y saludables se hace desde la madurez reflexiva, desde la experiencia. Aunque también haya viejos que se habrán confundido caminando y acaben encarcelados por desvíos de conducta oportunistas (pero hasta para eso hace falta capacidad y "gracia"). El mundo, aunque se mire desde la perspectiva triunfadora de la treintena, no es lo que uno suele tener ahí delante. Hay más y más profundo que eso. Es vida, aunque ésta parezca estar llena de monotonía y aburrimiento. Y eso, la vida, a pesar del dinero, no se adquiere a golpe de talonario, ni en una feliz iluminación de una tarde o una madrugada cualquiera.
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