Dom 20, ciclo A. Mt 15, 21-28. Éste es un evangelio inquietante y actual, con cuatro elementos principales:
-- La mujer cananea, símbolo de la humanidad, presenta ante Jesús (ante la buena sociedad) el dolor de su vida. Su hija muere, sus hijos mueren.
-- Jesús (la buena sociedad) responde con el dogma antiguo, el más actual de todos. El pan es para los hijos, no para los perros.
-- La mujer argumenta: También los perros comen, aunque sea bajo la mesa... En la buena casa de los hijos hay pan para todos...
-- Jesús acepta el argumento de la mujer y se "convierte": El pan es para todos, por encima de los dogmas y argumentos de la buena sociedad.
Éste es el tema clave de nuestra sociedad: Hay pan para todos, pero sólo se lo damos a los "buenos hijos"... expulsando a la miseria y al hambre a los pobres, a los perros (que se mueran).
Una mujer cambió la mente de Jesús, una madre abrió su corazón y le convirtió: No hay hijos y perros, tiene que haber pan para todos.
¿Quién abrirá nuestra mente y corazón, el corazón de nuestra Iglesia, de todos los hombres, para que la casa del mundo sea lugar para todos?
Texto: Mt 15, 21-28
15 21 En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. 22 Y he aquí que una mujer cananea, saliendo de aquellos lugares, se puso a gritarle: Ten misericordia de mí, Señor, Hijo de Da-vid. Mi hija está duramente oprimida por un demonio. 23 Él no le respondió nada. Entonces los discí-pulos se le acercaron a decirle: Despídela, pues nos sigue gritando. 24 Él contestó: No he sido enviado, sino las ovejas perdidas de la casa de Israel. 25 Pero ella, llegando, se postró ante él, diciendo: Señor, socórreme. 26 Él le contestó: No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos. 27 Pero ella repuso: Tienes razón, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de los amos. 28 Y entonces Jesús respondiendo le dijo: Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas, En aquel momento quedó curada su hija .
Dios le ha enviado para los suyos, no para los "perros"
De un modo lógico, asumiendo las tradiciones de su pueblo, como Hijo del David nacional, en la línea del primer envío misionero de sus discípulos (10, 6), Jesús responde a la mujer diciendo que Dios le ha enviado solamente a las ovejas perdidas (15, 24) de la casa de Israel, y que no es bueno echar el pan de los hijos a los perritos.
Supone así que los israelitas son hijos queridos de Dios; los gentiles, en cambio, son perros, en la línea de 7, 6: "No echéis lo santo a los perros? (kysin: en el sentido de perros asilvestrados)". Pues bien, esta mujer cananea acepta ese lenguaje, y pide a Jesús sólo las sobras, pues también a los perritos (kynarioi: ahora en el sentido de perros pequeños, caseros) se les dejan las migajas que caen de la mesa de los hijos. Ante esa palabra, de un modo sorprendente, Jesús se deja convencer, descubriendo y aceptando la gran fe de esta mujer.
? Señor, Hijo de David (15, 21-22). El título que la mujer concede a Jesús (Hijo de David) le arraiga en la his-toria mesiánica de Israel, desde una perspectiva pagana, cosa que no hacía el texto paralelo de Marcos. Es como si los paganos empezaran reconociendo el mesianismo judío, pero con un matiz muy novedoso, pre-sentando a ese Mesías, Hijo de David, como sanador universal. Dos ciegos judíos le habían pedido que tu-viera compasión de ellos (eleêson êmás: 9, 27), llamándole también "Hijo de David" pero ellos eran en principio judíos. Ahora, en cambio, es una mujer cananea la que le pide que se apiade de ella (15, 22), porque su hija (es decir, la humanidad pagana) se encuentra enferma, suponiendo así que ante la enfermedad no hay diferencia entre judíos y gentiles. De esa forma, una mujer pagana (cana-nea, de los enemigos de Israel) interpreta el mesianismo de Jesús en línea de misericordia sanadora.
‒ La hija de la cananea y el pan de los "hijos" (15, 22.26). El texto empieza oponiendo dos tipos de "hijos": por un lado la hija de la cananea (15, 22); por otro los hijos (ta tekna: 15, 26) de los israelitas, como hijos especiales del mismo Dios. Esta madre no es una "grie-ga" en general, aunque de nación siro-fenicia (cf. Mc 7, 26), sino cananea, de la raza de aquellos enemigos que los libros antiguos habían mandado exterminar (Mt 15, 22; cf. Ex 23, 23-33; 34, 11-16; Dt 7, 1-6; 20, 17; Js 24, 11).
Pues bien, como veremos, tras un diálogo de maduración, en vez de dejar que mueran (de matar) a las hijas de las cananeas, para que los buenos israelitas no se casen y perviertan con ellas (como seguía mandando la legislación de Esdras-Nehemías), Jesús cura a esa hija cananea, con lo que eso implica en la historia de Israel, invirtiendo la historia anterior de rechazo de los cananeos (y especialmente de las cananeas) .
‒ No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos (15, 26). Este pasaje distingue entre perros (los de fuera) e hijos (los de dentro, los buenos judíos y/o cristianos). La tradición del Antiguo Testamento y del judaísmo se refiere casi siempre a los perros de un modo negativo, de manera que llamarle a un hombre «perro» era un insulto (cf. 1 Sam 17, 43; Is 56, 10-11).
Quizá esta visión negativa se debe a que en el entorno de la Biblia los perros eran generalmente asilvestrados, de tipo carroñero y no domésticos: merodeaban al exterior de las ciudades (cf. Ap 22, 15) y se alimentaban de carnes im-puras e incluso de cadáveres humanos (cf. Ex 22, 30; 1 Rey 4, 11). Por otra parte, en Mt 7, 6, ellos se asocian a los cerdos, y en otros pasajes se vinculan a los herejes o enemigos (cf. 2 Ped 2, 22; Flp 3, 2; Ap 22, 15 etc.), aunque hay textos como Tob 6, 1 y 11, 4 que ofrecen una visión más positiva de ellos.
De todas formas, como indicando el cambio que aquí va a producirse, tanto en Mt 15, 26 como Mc 7, 27, al responder a la mujer, Jesús no habla ya de perros salvajes o asilvestrados (con kynê), sino de perritos caseros (kynaria), integrados de algún modo en la familia, comiendo bajo la mesa de los amos. Pues bien, la mujer se "agarra" a ese matiz de los perros de casa, respondiendo a Jesús que también ellos, los gentiles, pueden integrarse en la casa de Israel, comiendo bajo la mesa de los amos.
‒ Una discusión hiriente (15, 25-26). La respuesta de Jesús resulta sin duda ofensiva (a pesar de que hable de perritos, no de perros), y hay que tomarla al pie de la letra, aunque es posible que no haya sido pronunciada por él, sino que responda a la "teología" de algunos judeo-cristianos que se oponen a la apertura de Jesús y de la iglesia a los paganos (en la línea de 7, 6, donde se habla de perros como tales, no de perritos, con kunaria; cf. también 10, 6).
Pero con esto no se reduce el problema sino que se agrande, pues el mismo tema y frase muestra que había cristianos opuestos de un modo humillante a la apertura de la Iglesia a los paganos, partiendo de la vida y mensaje de Jesús. Sólo desde ese fondo se entiende esta historia, como he puesto de relieve en Comentario a Marcos 7, 24-30. Según ella, en principio, el mismo Jesús quería centrar su mensaje en Israel, de manera que la apertura a los genti-les podría realizarse sólo en un momento escatológico, al fin de los tiempos (cf. 8, 11-13). Pero la fe de esta mujer gentil que, en la línea del centurión pagano de 8, 10, eleva ante Jesús la necesidad concreta (la dolencia) de su hija, le ha hecho cambiar. Éste no es un cambio de doctrina en general, sino de práctica.
‒ Una conversión esencial en clave de evangelio (15, 27-28). Jesús había comenzado aceptando el ritmo "canónico" de la historia de la salvación: En primer lugar se encuentran los judíos, luego los gen-tiles; primero hay que alimentar y curar a los hijos y después, cuando esos hijos estén saciados, podrán alimentarse los perros, es decir, los de fuera. Ésa era la visión normal de la mayoría de los judíos de aquel tiempo, y la visión que seguimos teniendo todavía gran parte de los "cristianos": Primero ha de haber pan para nosotros, los de casa (compatriotas?). Sólo después podrán alimentarse los de fuera. Jesús sigue manteniendo en principio (en teoría) esa visión, pero la experiencia (la necesidad) de esta mujer hace que el mismo Jesús cambie (=se convierta).
Ella comienza aceptando el argumento, pero lo invierte y completa, diciendo que ha llegado la hora de que coman los gentiles, aunque sea de las so-bras de los hijos, poniendo el ejemplo de los perritos que habitan en la casa de sus amos, comiendo bajo su mesa. De esa manera, ella convence a Jesús, a quien ha comenzado tratando con reverencia (Sí, Señor: nai. ku,rie), retomando la imagen de los "perrillos", para invertirla.
Éste es un momento de inflexión esencial en el evangelio, un cambio que Mateo ha tomado de Marcos, introduciendo algunos rasgos que radicalizan su sentido, para aplicarlo a la nueva misión cristiana de su tiempo, en Antioquía, hacia el año 85 dC. Éste no es pues un texto del pasado, sino una respuesta esencial para los nuevos problemas de la iglesia:
‒ Este pasaje invierte la relación de Jesús con los cananeos, con lo que ello implica de revisión de las tradiciones vinculadas al Deuteronomista (que mandaban exterminar a los cananeos) y del Cronista (con Esdras y Nehemías) que había prohibido los matrimonios mixtos con las cananeas. Ciertamente, en un primer momento, este pasaje acepta el símbolo de los perros, que han de quedar fuera de la comunidad (cf. 7, 6; Ap 22, 15). Pero, en un segundo momento, nos sitúa ante los perritos que habitan en la casa, de manera que forman parte de la familia de los amos, superando así al final la misma división entre amos/hijos y perros.
‒ Este pasaje insiste en la prioridad concreta de la visión de una mujer (¡cananea!), con su necesidad (¡su hija está enferma), por encima de las tradiciones dogmáticas antiguas propias de la teología de la identidad de Israel. De es forma se revela el Dios que ayuda a los necesitados, no sólo a los hebreos cautivos en Egipto (en el tiempo del Éxodo), sino también a las mujeres cananeas con sus hijas.
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