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Pregón íntegro de Julete Moriche en las fiestas de El Puente y Huertas de la Artesa
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FIESTAS VECINALES

Pregón íntegro de Julete Moriche en las fiestas de El Puente y Huertas de la Artesa

Actualizado 05/08/2017
David Rodríguez

CIUDAD RODRIGO | El pregón fue pronunciado en la noche del sábado en las inmediaciones del Camping Municipal

El puente y el río, el río y el puente, han sido, a lo largo de la historia de nuestra ciudad el binomio perfecto.

Crecidas espectaculares, acontecimientos luctuosos en sus aguas, aguas que también son de regocijo de grandes y chicos, de cruentas guerras que han marcado el devenir de nuestra ciudad y de hechos, que sin ser ciertos, o no del todo, han alimentado la imaginación del vecindario dando como fruto leyendas transmitidas de padres a hijos hasta que, con el paso de los años y las generaciones se han convertido en míticas. Ambos, río y puente, han sido testigos mudos de unos acontecimientos que forman parte, como digo, de una parte importante de la historia mirobrigense. Y junto a ellos, río y puente, y a pesar de los peligros que ello entraña, sus vecinos, fieles a su barrio, nunca lo han abandonado. Hasta en las situaciones más extremas han permanecido pacientes a sabiendas de que siempre ha escampado. Recuerden, si no, cómo cantaron los Becuadros en 1912 las excelencias del Barrio Nuevo que se construyó entonces, a doscientos metros de éste, y era hermoso, ancho y saludable y alumbradas de noche las calles. Pues así y todo, los hijos del Puente no quisieron irse pa él.

Autoridades, Presidente de la Asociación "El Puente y Huertas de la Artesa", junta directiva, vecinos, señores y señoras? Buenas noches.

Empezaré por darle las gracias a José Manuel Jerez, por haberme elegido para dar este pregón, que, a la vez, en menudo embolao me has metido porque ya sabes que yo estoy en mil cosas, pero precisamente lo de escribir no es lo mío. Por eso pido perdón de antemano si algo de lo que diga no es del agrado del respetable y vaya por delante que todo lo que cuente hoy, lo haré con todo el cariño del mundo, que es un sentimiento mutuo que siempre me ha despertado este barrio y sus gentes y como siempre me he sentido yo en él.

No os voy a contar nada de la historia del lugar porque, primero, no estoy preparado para eso, y segundo, que no son ni horas ni momento para ello. En una noche de verano como ésta no se puede andar sacando de paseo a los romanos, ni a los árabes, ni a los vaceos, ni a los franceses? esas cosas son de mesa camilla y brasero y vaya usted a saber si es verdad que pasó. Lo que os cuente hoy, vais a saber que es cierto porque lo viví yo y muchos de vosotros me visteis o conocéis los hechos con lo que aquí, no puede haber ni trampa ni cartón.

Seguramente este puente, que empezó siendo romano y terminó por ser como es después de mil reformas (fue incluso de madera), ha soportado cientos de crecidas, pero claro, ¿de cuáles nos acordamos? De las que hemos vivido nosotros. No voy a contarles nada nuevo de la famosísima riada de 1909, de aquel 22 de diciembre como relata la canción de los Becuadros, ni de la del año 2000, que también fue morrocotuda.

Yo voy a recordarles la de 1990, hace más de 25 años, bueno, con decirles que yo estaba soltero todavía. Recuerdo como ahora mismo que fue de un domingo para un lunes. Yo había estado esa tarde paseando y tomando algo por la ciudad con una moza, que hoy es mi mujer, Maribel, que aprovecho para mandarle un beso muy fuerte porque aguantarme todos estos años, no tiene que haber sido fácil. Como bien sabéis, pertenezco a tantas cosas que, la verdad, en casa paro poco. Pues el fruto de esta relación es nuestra maravillosa hija Soledad que? bueno, al grano que me pongo a hablar de mis niñas y se me va la especie. Era la noche de un domingo, como digo y fue llagar a casa y empezar a sonar el teléfono. Entonces no había móviles pero te localizaban tan bien o mejor que ahora. Solo tenías que levantar el auricular y las telefonistas que estaban en la Plaza te ponían con quien quisieras y te decían dónde estaba. No necesitabas saber ni el número ni nada. Ponme con fulano, le decías, y ya está.

Bueno, pues esa noche, cuando sonó el teléfono, a mi madre le extrañó, por las horas que eran y resultó que era para mí. Me llamaba esa novia de la que os hablaba antes, con la que había estado paseando y tomando algo, para decirme que se había desbordado el Águeda y estaba entrando el agua en las huertas de Santa Cruz. Para mí esa ha sido la peor crecida, seguramente por cómo me tocó vivirla. El muro que va hasta el Paraje no estaba hecho y cuando llegamos donde Rafa y Jovita tenían más de un metro de agua en el establo, que estaba lleno de ganado. Yo, que nunca había andado con esas cosas, no las había visto más gordas en mi vida y me tenían que haber visto, a las cuatro de la mañana, cambiando vacas desde la huerta a la plaza de toros de Santa Cruz porque allí era imposible que llegara el agua. Cuando terminamos de las vacas, me dicen que faltan las perdices y yo pensé, bueno, después de esto, unas perdices, las llevamos como quiera. Sí, sí? eran quinientas por lo menos. Ay madre para llevarlas todas. Bueno, con decir que terminamos a las siete de la mañana. Si no llega a ser por el almuerzo, no sé qué hubiera sido de nosotros. Por eso entiendo lo que han tenido que pasar cada vez que se la ha metido el agua en las casas.

Pasando el puente, a mano izquierda, nos encontramos con la iglesia de Santa Marina. Esta parroquia tiene muchas celebraciones, y muy importantes. Santa Águeda, el 5 de febrero: Ese día bajan las águedas con Rosario, su alcaldesa, al frente, para celebrar aquí la misa, ya que la imagen de la santa se custodia en este templo. Los aguinaldos, en concreto estos del Puente yo creo que son los más grandes del mundo, son cosa de San Antón mientras que en San Isidro los mayordomos ofrecen a los asistentes vino con melocotón. Yo lo he probado más de un año y lo hacen riquísimo, por eso desde aquí animo a que no se pierda esa tradición de dar vino con melocotón. Lo digo por lo del melocotón, claro. Pero la fiesta grande es en octubre, el primer domingo, la Virgen del Rosario. Raro es el que no baja ese día de la ciudad en busca de las típicas roscas que tanto nos gustan a todos. Antaño se hacía el baile en el Toral y bajaba la banda de música. Un año nos llamó don Andrés del Brío, el cura, a la Agrupación de Amigos de la Ilusión, a la que también pertenezco, y nos dijo que quería sacar los cabezudos del ayuntamiento pero que no se los dejaban porque estaban en muy mal estado. Como solo sea eso, no hay problema, le dijimos, y nos pusimos manos a la obra en las escuelas viejas del Toral hasta que los dejamos como nuevos. El día de la fiesta los sacaron y dieron un juego extraordinario.

Cómo no recordar cuando bajaba a jugar al futbol, al primer campo que tuvo Ciudad Rodrigo, que en su buena época contaba con varios equipos como el Amanecer o el Atómico entre otros. Hasta aquí bajaban los militares cuando estaba el cuartel de Infantería a jugar algún partido y a hacer instrucción, mientras los niños los imitábamos, igual que los seminaristas que no hacían instrucción pero bajaban de tres en tres con su sotana, su bonete y su beca, que era azul. Los más pequeños siempre iban los últimos y como aquí siempre ha habido la costumbre de poner motes, cuando pasaban les decían: "ahí van los conejos". Lo bueno era cuando se ajorraban la sotana para arriba y no había quién les echara mano; corrían como balas. Después de los partidos todo el mundo pasaba por el bar de la Tía Mina que tenía un vino riquísimo. Qué buen vino tenía aquella mujer.

En las eras corrían buenas colleras de galgos, que le servía de entrenamiento para luego, los domingos ir a las liebres a distintas fincas o a algún campeonato, del que no era raro que volvieran con algún trofeo. Dieron tantas alegrías que la Murga lo dejó reflejado en una copla:

De los perros de carreras

En el puente está la flor

Y si no le falla el pito

Allí estaba el campeón.

Y esos domingos, mientras unos iban de caza a las liebres con los galgos, otros íbamos a zorras? también al campo, y cuando volvíamos había que parar en el puente en casa del señor Berna, que nos compraba las pieles y así teníamos para merendar durante la semana las piezas que se hubieran cazado, pagando la compostura con el dinero de las pieles.

Hablando de Domingos tengo que hacer mención a mi infancia, cuando estaba en la huerta de mis abuelos, al lado de donde estamos, y venía con ellos a misa y a comprar a la carnicería de Violín o al comercio de ultramarinos del señor Cesáreo y su mujer, la señora Concha, que tenían de todo y siempre que venía me daba alguna chuchería.

Enfrente de este comercio estaba el Matadero Municipal, donde se mataba toda clase de ganado y allí, a la puerta o en algún bar próximo, era raro no encontrase a Joaquín Chanca o a cualquier otro carnicero de Ciudad Rodrigo. Y no crean que la carne se repartía en camiones, como ahora. No, porque casi no había. Este matadero tenía un carro de mulas cerrado que portaba unos buenos ganchos para colgar las canales y con él se apañaban para que no faltara suministro en ningún sitio. Pero lo mejor, lo más divertido y lo que estábamos esperando con ganas era que alguna res se escapara. Enseguida hacíamos capea en el Toral hasta que la podían meter de nuevo para los corrales. Lo que no sé, con lo que toreamos entonces, es cómo no salimos más figuras del toreo.

Tengo que mencionar a Félix, que a cualquier hora que vengas está en su despacho arreglando los zapatos de muchísima gente de Ciudad Rodrigo y la comarca, puedes ir a las 9 de la mañana y está, pero si vas a las 11 de la noche también lo pillas y te da tus zapatos como nuevos y siempre con agrado. A su lado está la Peluquería de mi amigo, el peluquero Tomás el Monjo (aunque ahora ya no se llaman peluqueros sino estilistas) con sus animales disecados, que es otro artista de este barrio.

Entre semana en Ciudad Rodrigo, siempre fue costumbre por las tardes, después de los trabajos, que las distintas cuadrillas saliéramos a tomar unos vinos y cada día solíamos ir a distintos barrios. Para mí el día que nos tocaba el barrio del Puente era el más divertido y gratificante. Empezábamos por el Bar del Portalillo y allí nos encontrábamos con sus dueños Vicente y la Cata que siempre nos daba un trocito de morcilla, no sé por qué pero siempre nos la ofrecía. Bueno, y el día que nos tocaba merienda, qué conejos de campo rellenos de solomillo nos preparaba. Para chuparse los dedos. Dicen ahora que la gente tiene colesterol. Claro, porque no se meten las meriendas que nos metíamos nosotros. Al Portalillo no solo bajaba con la cuadrilla a merendar los conejos. Una noche con Lauren y Tato, bajamos a merendar y lo juntamos con la cena. El amigo Lauren se arrancó a cantar y Cata no despega la oreja de allí. Salimos del bar a las tantas.

Seguíamos el recorrido entrando en el Bar Pedro, que llevaba el bar junto a su mujer, Engracia y todos sus hijos. Pedro tenía un folio donde ponías un número y todos los sábados rifaba un jamón que se llevaba el que hubiera puesto el número que coincidiera con el gordo de la lotería nacional del sábado siguiente. Precisamente a mí me tocaron varios jamones de aquellos y algunos los comimos preparando la cabalgata de reyes, en la época de las navidades. Nos venía de lujo ya que a altas horas, cuando terminábamos de preparar las carrozas de sus majestades, comíamos un poco de jamón con una pinta de vino y nos íbamos a la cama como nuevos. Flori, la hija de Pedro el del bar, iba los sábados y empezada a armar conmigo: ¡pero otro jamón para ti! la lotería hace trampa porque siempre te tocan a ti. Alguno de los que me tocaron nos lo comimos allí mismo, con todos los parroquianos que estuviéramos en aquel momento.

Salíamos del Bar Pedro y nos íbamos al Bar Tere, de Manolo el de la Única, que siempre nos tenía unos cacahuetes y de allí pasábamos al Bar Tabeque, el de Casi, con el que más de una bronca tuvimos porque armábamos mucho, pero salía de la cocina su mujer Lali, que era un cielo, y con su santa paciencia nos sacaba un pinchito y todos tan contentos. Allí nos encontrábamos muchos días con Cenón y el Guri (los gitanos) vecinos del puente, y tomábamos un vino con ellos, y al salir íbamos al bar de Martín, que ya era el último, donde rematábamos y les aseguro que nos subíamos para la Ciudad con varios vinos y las pilas cargadas y cada una para su casa. En aquella época era un barrio muy, muy divertido para estas cosas, no sé si porque la vida era de otra manera o, simplemente porque éramos más jóvenes, teníamos ganas de fiesta a todas horas y aguantábamos con todo. Unos años después tuvimos que ampliar el recorrido cuando Clemente nos abrió el bar de la Granja.

Como verán ustedes les he contado parte de mis andanzas y recuerdos vividos en este barrio, y sólo les he contado parte porque las demás cosas, o no se pueden contar o ya las saben ustedes y buena gana de repetirlas, porque seguramente las sepan mucho mejor que yo. Como les dije al principio y habrán comprobado, no he querido marearlos con lo de los romanos y esas cosas porque aquí lo que vale es lo que se ve y lo que se vive, que lo que no hemos visto, vete tú a saber si será verdad o será un invento para vendernos libros o sacarle las perras a los turistas.

Lo que no puedo por menos es nombrar a José Ricopelo que tiene mucho que ver con este barrio del Puente. Este señor perteneció a varias murgas, entre ellas a la de las Tres Columnas, que abandonó en el año 1947 y se dedicó a enseñar a varios jóvenes, creando, aquí en el Puente, una nueva murga que llamó Los Niños de Ricopelo, y uno de aquellos niños, llamado Andrés González, con sus ochenta y tantos años todavía pertenece a la Rondalla Tres Columnas. Andrés formó, con un grupo de amigos, en el año 1949, una pequeña Rondalla llamada El Zurruchaque y en ese mismo año el amigo Andrés, para el que pido un aplauso, hizo la canción tan querida por todos y tan conocida y cantada por la Rondalla y por tanta y tanta gente. SOMOS DEL PUENTE.

Y con esta canción me despido y les deseo que tengan una maravillosa y buena fiesta.

Muchas gracias y hasta la próxima.

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