No. No estamos todos los que éramos. Faltan más seguro. Pero hay uno, al menos uno, que no tenía por qué faltar. No, la vida no es así.
Mirando hacia delante, Santa Marta, hay cosas que no se pueden tolerar. Yo siempre he presumido de mi pueblo, y eso que llevo fuera desde los 20 años. No tiene monumentos, ni mucha zona verde (bueno, El Soto está cada día más bonito), pero gracias a su gente, se vive muy bien.
Mi padre era feliz aquí. Jovencito llegó a Santa Marta. Trabajador, humilde, amable. Atravesaba el mejor momento de su vida. Jubilado hace 4 años, disfrutaba de su tiempo. Tenía por aficiones subir al campo a ver partidos de pequeños y mayores, jugar la partida con los de siempre (un veterano camarero de Santa Marta me dijo hace unas semanas: «treinta años llevo poniéndole el café y nunca puso una mala cara a nadie»), estar cerca de su familia y caminar. El reloj que hoy tengo en mi muñeca y que él llevaba aquel día de febrero, se lo regalamos por su último cumpleaños. Él quería conocer la distancia que unía Santa Marta con los pueblos cercanos.
Don José María, despojado de su hábito, me explicó que sus pasos debemos continuarlos nosotros. En ello estamos. No es fácil. Mi hermano lo tenía cada día. Mi madre cada minuto. Pero estoy convencido de que con el orgullo que nos deja como marido, padre y abuelo, como persona que nunca falló a nadie, y con el cariño que nos donan familiares y amigos, conseguiremos retomar la felicidad con la que él se fue.
Desde su sencillez y discreción, el que le conoció, le quiso.
Santa Marta sigue repleto de buena gente, pero ojo, quizás sea necesario reflexionar un poco para mimar el camino por el que avanza nuestro pueblo. El destino, salvo en algunas malditas ocasiones, lo sembramos nosotros.
Felices fiestas, vivan Los Tumbas, viva Santa Marta.
Un abrazo amigos y vecinos.