"Puedes pedirme cualquier cosa que quieras, excepto tiempo"
(Napoleón)
Los acontecimientos se precipitan. La semana pasada desconocía el resultado de las primarias en las filas socialistas. Hoy, mis temores se han confirmado; Pedro Sánchez ha vencido holgadamente y ya es, de nuevo, Secretario General del PSOE. Lo que no debía suponer sino una circunstancia más de nuestro discurrir democrático, por la peculiar forma de pensar del elegido y el momento tan delicado de nuestra situación política, lo convierten en pieza clave para el futuro de todos los españoles. Al delicado momento que vive la familia socialista ?dividida y enfrentada, aunque se empeñen en disimularlo- se suma el desafío soberanista de la Generalidad catalana, dispuesta a desconectar de España, sí o sí. En condiciones normales, el consenso entre los partidos constitucionalistas convictos tendría que servir de dique seguro para evitar cualquier intento de "desmadre". Para conocer a los partidos populistas de nuevo cuño, ha sido suficiente escuchar su discurso y, sobre todo, contemplar la pintoresca panoplia de medidas aplicadas allí donde gobiernan. Todo lo que nada tenga que ver con el recuerdo cainita de nuestra pasada guerra civil, por imprescindible que sea, puede esperar. Ahora bien, lo verdaderamente crucial parece que es cambiar el nombre de algunas calles dedicadas a personajes históricos que tuvieron la mala costumbre de no coincidir con su pensamiento o con su fe; también es vital evitar que los acordes del Himno Nacional puedan herir los delicados tímpanos de quienes están acostumbrados a las notas de himnos revolucionarios, y que su vista tampoco sufra con los colores rojo y gualda de nuestra Bandera. Por razón de edad, sólo he conocido unos colores en nuestra bandera. Otros han sido los colores y el escudo que han ondeado en nuestros edificios y navíos. Pero, si alguna bandera oficial de España representa una etapa trágica que tanto añoran algunos incautos, llena de atropellos, motines, desórdenes, asesinatos, sacrilegios y un desfile vertiginoso de gobiernos incapaces de reconducir una situación desastrosa, esa fue la bandera tricolor de la Segunda República; la que tan alegremente exhiben algunos ignorantes que desconocen la Historia de España.
Pero ahora, si hay algo verdaderamente peligroso y urgente, es el llamado "pruces" catalán, una fruta ya muy madura, a punto de caerse del árbol secesionista, y que parece no ser tomada en serio por quien tiene la ineludible obligación de evitarlo. Los españoles de este lado ?y, sobre todo, los que viven en Cataluña- ya no podemos hacer más el ridículo. Da la sensación de que la decisión, la energía y la eficacia estuvieran del lado de los independentistas, y que el Gobierno no supiera bien cómo atajar el hazmerreír que se le viene encima. Llegan a la capital del Reino a decirnos que debemos autorizar su escisión porque, si no lo hacemos, también se van a escindir. No sólo eso, también debemos dejarles lo suficientemente socorridos como para que no extrañen el cambio. En su desfachatez, no me extrañaría que la futura hacienda catalana solicite una tarjeta de crédito del Banco de España para poder sacar los fondos que necesiten. Es lógico, hasta ahora sólo han tenido que abrir la boca para que los millones de euros del resto de españoles crucen otra vez el Ebro para satisfacer los caprichos de quienes nos odian. ¿Es que no hay nadie que piense en los millones de españoles que siguen viviendo en Cataluña? ¿Es que debemos esperar a que pongan en marcha esa famosa -y divulgada- "ley secreta" de desconexión? ¿Alguien piensa que en pleno siglo XXI se deba emplear la fuerza para hacer cumplir la ley? ¿O es que sólo se emplea la inflexibilidad para los delitos "económicos"? Después de leer esa "hoja de ruta", no se puede ser ni más descarado ni más prepotente. Más desobediencias y más desprecios no se pueden dar en las primeras autoridades de la Generalidad. Además de reincidentes, quieren dejar muy claro que no acatarán las sentencias, por muy altas que sean las instancias. No sólo delinquen, sino que se jactan de ello. El tiempo huye irremisiblemente. Todo el mundo dice que viene el lobo, pero el pastor sigue distraído, o tal vez acobardado.
Pablo Iglesias ha dejado muy clara su postura, escoltando a Puigdemont en su amenaza del palacio de Carmena. Del resto de nacionalistas, inútil esperar sensatez. La solución hay que encontrarla en PP, C´s y PSOE. Los dos primeros ya lo han puesto de manifiesto, el problema sigue siendo Sánchez. Ignoro si la euforia de su victoria y las ansias de revancha ?que no abandona- serán capaces de hacerle entender que la unidad de España está por encima de odios y rencillas. Vamos a tardar muy poco en conocer su verdadera categoría política. Si vuelve a dirigir un PSOE unido y con visión de Estado, estoy convencido que volverá a gobernar en España. Si no se apea del burro, ni él ni los demás, gozaremos de la paz y el bienestar que estamos deseando.
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