En una novela de Dickens, se narra este episodio. Pickwick se sube a un coche de punto, y durante el trayecto, queda sorprendido de su funcionamiento. Pide aclaraciones al cochero:
"Dígame, buen hombre, ¿Cómo es posible que un caballo tan esquelético y cansado logre arrastrar un coche tan grande y pesado?".
El cochero, con una sonrisa pícara responde misteriosamente, "¡No es problema del caballo, querido señor, sino del coche!".
"¿Cómo es eso?"
"Mire, pasa lo siguiente. Tenemos un magnífico par de ruedas. Las engrasamos con tanto cuidado que, apenas el caballo tira de la limonera del coche, las ruedas se ponen inmediatamente en movimiento?Y a la pobre bestia no le toca sino coger el trote, si es que no quiere ser aplastada por el coche".
La imagen es bastante elocuente. Pienso que nosotros podríamos ser el caballo que tira de la gran carroza de nuestra familia y arrastrar la gran carga del mundo. Sin darnos cuenta, puede suceder, por el contrario, que sea la carga del mundo, la que nos arrastre a nosotros. El ambiente nos envuelve, lo material nos seduce y nos arrastra. Vivimos muy distraídos, atareados y stresados. La técnica nos ha acostumbrado a conseguir las cosas fácil y rápidamente. Nuestros músculos y fuerza de voluntad se han debilitado y a la hora de subir la montaña de la vida, cuando asoma la menor dificultad sucumbimos, pues nos falta fuerza, entrenamiento y paciencia. "Vivimos, dice un periodista, tiempos suaves, felices y corrompidos. Todo es lógico y además lícito, siempre que sea divertido".
Necesitamos un cambio total, una conversión radical. Necesitamos ponernos en forma: acabar con la comodidad, la somnolencia y la timidez. Hay que echar músculos, rebajar la barriga, tomar buenas vitaminas.
¿Y qué medios podemos tener al alcance? De todos señalaría dos de los más necesarios: la oración y el amor.
Ora, Somos conscientes que sin la oración, sin estar unidos a Él no podemos hacer nada. Él da crecimiento a todo. Cualquier método es válido, siempre que esté impregnado de mucha fe y mucho amor.
Ama. No basta con crecer, sino con ayudar a otros a crecer, a vivir. Vivir es convivir y no hay felicidad y vida sin amor. El amor cristiano tiene que ir en la línea del servir y compartir. Compartir tiempo, talentos y capacidades, penas y alegrías.
Muchas personas ponen toda la fuerza en el ayuno y no en el amor. "Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros? Así pués, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande" (San Juan Crisóstomo).
Si no hacemos nada grande, si no oramos y amamos, somos como un caballo en los huesos, que por más que quiera, no puede tirar de la carga.
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