Se está hablando mucho estos días sobre la donación de más de trescientos millones de euros por parte de la Fundación de Amancio Ortega (Inditex). Se habla y se argumenta para alabar o para rechazar, para aplaudir o pitar. Unos dicen que la Sanidad Pública solo debe sostenerse con los impuestos y que no debe admitirse la caridad en asuntos públicos. Se pone en duda la licitud moral de esta donación por sospechas de que los beneficios de la empresa se han conseguido con procedimientos éticamente reprobables, sobre todo por emplear trabajo esclavo o infantil. No tengo una opinión clara al respecto porque me faltan datos. O de otra manera, yo sólo puedo opinar sobre datos que controlo y a ellos voy a atenerme a la espera de que alguien me aporte otros distintos de manera que me resulten creíbles, es decir, no excesivamente cargados de ideología, que ideólogos somos todos y yo, si me dejara llevar por mi deformación profesional ?cada uno tenemos la nuestra-, podría serlo más que muchos.
Pertenezco al sistema público de salud. No tengo una póliza de salud contratada con un seguro privado, salvo para el dentista, que ese es uno de los déficits graves de la Seguridad Social.
Mi experiencia con la Sanidad Pública es muy positiva, a pesar de todos los pesares. Tengo para mí que un sistema sanitario funciona bien si, en circunstancias difíciles, de funcionamiento a presión, con estrés, se comprueba que resuelve bien los problemas graves de salud que se nos plantean a los usuarios. Así ha ocurrido en mi caso al menos dos veces. Por pura coincidencia, cuando he experimentado problemas graves de salud, mi médico de familia estaba de baja y, en ambos casos, me ha tocado ser atendido por una médico sustituta joven, que no me conocía, aparte de lo que constara en mi historial médico. Ambas médicas jóvenes, cuyos nombres desconozco, y a las que solo puedo agradecer de forma anónima, actuaron con amabilidad, con profesionalidad y con respeto a los protocolos médicos, derivándome siempre con rapidez hacia el especialista oportuno.
Cuando la segunda médico sustituta sospechó que podría padecer un cáncer de la sangre, me derivó inmediatamente hacia la UCAI (Unidad de Consulta y Atención Inmediata) que, en diez días me encargó toda una batería de pruebas: análisis de sangre, biopsia me médula ósea y de ganglio linfático inguinal, gastroscopia y colonoscopia, radiografías y TAC (Tomografía Axial Computerizada). Antes de diez días, con amabilidad y claridad me dieron cumplida información acerca del diagnóstico, del tratamiento posible y del pronóstico. "Tengo dos noticias que darle, una buena y una mala ¿por cuál de ellas quiere que empiece?" Por la mala, respondí. "Lo que tiene es grave". Bien, dígame la buena, por favor: "Tiene tratamiento". "Ahora le derivaré a Vd. a nuestro Servicio de Hematología, que le dará instrucciones más precisas". Y así fue.
En el Servicio de Hematología, de fama mundial bien ganada, me propusieron enseguida participar en un Ensayo Clínico con un medicamento experimental. En ese momento empieza mi relación con la Sanidad Privada: para poder participar en ese Ensayo Clínico era necesario hacerme una nueva prueba, una Tomografía por Emisión de Positrones (siglas PET, en inglés). Se trata de una prueba muy cara, entre otras razones porque emplea contraste radiactivo. ¿2.000,-??. No tengo ese dato, pero los gerentes de la Sanidad Pública y los de la Privada harían bien en facilitarlo. En el Hospital Clínico ya teníamos la máquina necesaria para realizarlo, pero aún no se había contratado a los técnicos que la manejaran, por lo que tuve que viajar a una Clínica privada de Madrid para que me lo hicieran. Una vez llevada a cabo y habiendo resultado yo candidato idóneo a participar en el Ensayo Clínico, empecé los tratamientos. El Consentimiento Informado que firmé dice literalmente que "el promotor (o sea, la compañía farmacéutica multinacional que ha descubierto y fabrica el medicamento experimental) pagará al médico del estudio (o al hospital, o a ambos) por la realización de este estudio"?y el paciente "recibirá el fármaco del estudio ?Ibrutinib es su nombre-, bendamustina y rituximab y todas las pruebas médicas necesarias para el estudio de forma gratuita".
He tomado unas cuatro mil cápsulas de Ibrutinib en los últimos tres años. No sé lo que cuesta cada una. Si costara 1 euro, cosa que dudo, la multinacional farmacéutica habría gastado conmigo cuatro mil euros. Si costara 10 euros, habría gastado cuarenta mil, a lo que habría que sumar los dos PET que han tenido que hacerme (¿cuatro mil euros más?), más doce dosis de bendamustina y 15 de rituximab, más diez o doce TACs de control, que no se tampoco cuánto cuesta cada una, aunque no creo que sean baratas precisamente, más el coste de las dos biopsias de médula ósea, la gastroscopia y colonoscopia y la biopsia de ganglio inguinal que tuvieron que hacerme en quirófano.
Llegados a este punto. La Seguridad Social ¿tiene que rechazar la ayuda que yo recibo por parte de esa multinacional farmacéutica? Nótese que esa multinacional debe tener como objetivo el enriquecerse con los beneficios de la venta del Ibrutinib, a cuyo estudio yo habré colaborado como conejillo de Indias autoconsciente, uno entre 550 de todo el mundo -medicina y farmacología globalizadas-, de 78 kilos de peso. Y yo, como paciente ¿tengo que optar por la Sanidad Pública o puedo servirme también de la Privada? ¿Pueden gustarme las rubias y las morenas o solo las rubias o las morenas? ¿Mis amigos tienen que ser sólo gordos, o solo flacos, o puedo tener amigos gordos y otros flacos?
Hay que estar atentos a los aspectos éticos del problema. Uno de ellos, quizá el más importante, es que el centro, el punto de referencia, debe ser el paciente, no la ideología ni la cuenta de resultados. Tengo para mí que la sinergia entre Sanidad Pública y Privada es beneficiosa para los pacientes. Y la experiencia de la crisis padecida durante los últimos años nos indica claramente que los Impuestos, por si solos, no pueden financiarlo todo. Y así, Amancio Ortega tendrá que poner trescientos y pico millones y yo pondré menos, mis setenta y ocho kilos, cuyo valor en millones no puedo precisar. Una pista de referencia puede darla la cláusula de rescisión del contrato de algunos futbolistas, cuya tarea ¿es más valiosa que mi organismo puesto a disposición de la Investigación contra el Cáncer?
Antonio Matilla, paciente del Servicio de Hematología del Hospital Clínico de Salamanca. (en la foto, máquina para realizar la prueba PET)
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