La alcaldesa de Madrid, a instancias de un colectivo de feministas, ha decidido que se instalen carteles en los autobuses urbanos que recuerden a los hombres que deben ceder el asiento a las mujeres y, sobre todo, que no se despatarren en ellos. ¡Qué vergüenza! No por lo que ha hecho la alcaldesa; yo, en su lugar, habría dispuesto lo mismo. Lo que no hubiera hecho es utilizar los términos hombres y mujeres; los hubiera sustituido por el de personas, que me parece más acertado. Pero habrá que disculparla. Como alcaldesa que es, seguro que no se desplaza en autobús, y desde el coche oficial no puede ver que las mujeres, generalmente jóvenes, también se despatarran en los asientos, y entregadas a recibir y enviar mensajes a sus contactos, ni se enteran de que sube un señor mayor y puede tropezar con sus pies, otros menos mayores, pero cansados de trabajar en un andamio y otros, sean de la edad que sean, con problemas de movilidad, que el hecho de ser hombres, no los libra de dificultades. Parece que esto lo piden para fomentar la igualdad entre ambos sexos, pero también podría interpretarse como la lucha por obtener privilegios, favores y protección, que es como reconocer que en efecto, somos inferiores. Hasta puedo afirmar que en esto son los hombres más corteses que las mujeres. El primer autobús urbano que cogí para ir a mi trabajo fue en la ciudad de Cáceres y me costó dos pesetas. Digo el precio para dar idea de los años que hace, son tantos que ya he perdido la cuenta. Lo que no he perdido es el tener que cogerlo todos los días. Puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que cuando un hombre le niega un asiento a una mujer embarazada, con un niño en brazos o cargada con la bolsa de la compra, no es porque sea mujer, es, sencillamente, porque es un mal educado, y también se lo niega a un hombre.
¿Que nadie está de acuerdo conmigo? Ya lo sé, no está de moda decir esto, incluso está mal visto, mejor dicho, mal oído, pero las mujeres también tenemos que asumir nuestros errores, porque el no reconocerlos, implica que los sigamos cometiendo, y de una forma o de otra nos seguirán pasando factura. De todos modos, tampoco lo pretendo. El autobús que yo cojo ahora cada mañana y cada tarde cuesta casi un euro y medio, lo que indica que ha pasado el suficiente tiempo como para que yo diga lo que veo que pasa, y no lo que las demás mujeres quieren que diga. Pero volviendo a los carteles que decorarán en adelante los autobuses madrileños, me parece vergonzoso que una alcaldesa tenga que tomar esta decisión, porque estos gestos de convivencia, de civismo, de responsabilidad, no deberían depender de la educación, que también, y mucho menos de una normativa municipal, deberían ejercerse sin tener en cuenta el sexo de los individuos y porque ejercerlos es de sentido común.
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