Hasta en los mejores cultivos encontramos imperfeciones.
En estos tiempos convulsos, dónde se ponen de moda las puertas giratorias, los cargos sin carga, los bonus como si se tratara de una máquina recreativa, de enchufes (muchos sin corriente ni cobre), de contratos blindados con un extenso C.V de hundimientos de bancos, hospitales,? y sin embargo, con mucha frecuencia nos encontramos también con que las personas, muchas, que tienen sentido del deber, amor por su trabajo y rigor en lo que hacen.
Tristemente, algunas de las profesiones se han convertido sólo en carreras, peor o mejor ejecutadas. Hacer una buena carrera profesional es sinónimo de triunfar en la profesión, sinónimo a su vez de haber alcanzado la excelencia que, en muchas ocasiones, equivale solo al envoltorio de la misma, como si de un regalo hueco se tratara.
El triunfo hoy poco tiene que ver que con esa excelencia que aporta la buena práxis y que no siempre recibe el reconocimiento de la sociedad o de la misma profesión.
Llegar a ser un buen profesional debería ser uno de los propósitos no solo del médico, maestro o enfermera (relaciono los más importantes según mi criterio en la influencia y valor social, y si no lo son deberían de serlo) sino de cualquier persona que entiende que su trabajo tiene una dimensión ineludible de servicio a los demás. En el caso de la medicina, de la enfermería, o de cualquiera de las profesiones sanitarias, se da por supuesto. Se suele, o solía decir que quien escoge ser médico, maestro o enfermero lo hace por vocación. Con ello se da a entender que la competencia científica y la técnica van de la mano y fuertemente asida a un compromiso ineludible de carácter moral.
No es casualidad que uno de los primeros códigos éticos de la historia fuera el Juramento Hipocrático que consagró los principios de no maleficencia y beneficencia.
Pero a veces existen los olvidos, y en la actividad real la excelencia profesional no tiene la debida compañía de la excelencia ética, porque en el orden de prioridades el interés particular, la dejadez, la comodidad o vete a saber que, priva sobre el general o sobre el interés del otro, del que hay que moldear educándolo y dándole conocimientos y críticas, enseñando a pensar o a decidir; o del enfermo dependiente que da más trabajo del que nunca quisiera porque va anejo a su sufrimiento, el cual se le amplia con determinadas actitudes.
Max Weber, excelente sociólogo, alertaba hace más de un siglo de la pérdida que han sufrido muchas profesiones al verse desprendidas del carácter vocacional. Para explicarlo, se basaba en el término alemán Beruf, que tiene la doble acepción de "llamamiento divino" (vocación) y "profesión humana".
Abusando de los textos de Weber - "La política como vocación"-, donde le exige al político ?y, por extensión, a cualquiera que se sienta llamado a hacer algo interesante en este mundo? que sepa y tenga el valor de autolimitarse cuando las circunstancias le impiden mantener en pie los principios éticos, y estos han de tenerlos y asumirlos desde la base al vértice de la pirámide social.
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