Hace unos pocos años atrás nunca se nos hubiera ocurrido poner un elefante en la plaza. Y hoy día lo hemos puesto, con toda naturalidad. Blanco y encima haciendo equilibrios imposibles con la trompa. Claro que no es un elefante cualquiera. Es el de Barceló (Miquel) y conmemora y anuncia su exposición con motivo del octavo centenario de la universidad. Todo en orden.
Los niños (y no tan niños) juegan entre la peana de la escultura y se hacen selfies. Es algo de juego, de licencia para ironizar, destronar viejas creencias sobre el respeto debido a los objetos que adornan ciudades. Cuando el Balzac de Rodin no nos dejaban hacerlo. Hay una evidente diferencia con esto de ahora. Independientemente que el Balzac fuera más acorde con la relevancia del lugar y de lo qué significa una escultura y su persona (y la de su autor) y por eso mereciesen mayor respeto.
El elefantito arrugado (que no parece un elefante adulto), es más eso mismo, un elefantito arrugado. Un divertimento. Algo más cercano para anunciar un parque de atracciones que para dejarlo ahí para toda la vida. Por eso se puede interactuar con él (Barceló quiere que sea así). Y dejar que el niño esté debajo con evidente peligro por su inestable equilibrio (que esa es la impresión que da, y todo, seguramente, estará debidamente más que calculado en pesos y apoyos).
La plaza es lugar de diversión y de juego. Si canta ahí un rockero a grito pelado harto de decibelios, si sale la vuelta ciclista con camiones y altavoces, o se manifiesta todo cristo allí por todo, por qué no iba a estar también un elefante de broce boca abajo. Digo yo. Y un elefante accesible, encima. Y vamos y lo ponemos. Y no se hable más. ¿Lo próximo? Una noria gigante como la de Londres (y mucho más divertida), o un imponente morlaco de bronce (impresionante el de Sánchez Calzada) para evocar que esto fue una vez tierra ganadera y tuvo su importancia, otro templete para músicas mucho más grande (y recordar, de paso, que la buena música sigue teniendo excelente salud en esta Salamanca), o volver a las paradas de autobús en la plaza (tan céntricas y nostálgicas).
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