He dudado sobre el título de este artículo; si titularlo "Las sorpresas de Salamanca" pues lo que voy a narrar contiene al menos tres sorpresas, o el que he escrito. Me decidí por "Como en un espejo" porque esta frase centra más la atención en el encuentro azaroso y sorprendente que contaré y en el aspecto cómico del asunto, más que en el amargo de los hechos.
Lo que me ocurrió en esta ciudad hace unos meses, a raíz de la compra de un pequeño piso y posterior alquiler no merece la pena recordarlo, pues hay que huir de todo lo que huela a masoquismo: si se puede, hay que recordar las cosas buenas que nos depara la vida, no las malas. Solo he de señalar que si digo que el destino me hizo cruzar con los peores inquilinos y las peores empresas que existen en esta ciudad, estoy seguro de que la imaginación del lector sabrá completar el rosario de sinsabores, pérdidas y preocupaciones que pasé. En fin, todo como si viviera en la Salamanca pícara del siglo XVI.
Así, pues, mi primera sorpresa fue que hubiera en el presente, en esta ciudad de cultura y saberes, un subtipo de población mezquina, ratera, caradura?propia, pensaba, de siglos pasados. La segunda sorpresa fue que esto "me pasara a mí", es decir a alguien con mucha experiencia de vida por detrás, con una larga formación e información para realizar con facilidad las transacciones normales de nuestra sociedad. Pero claro "¡ausente de esta ciudad tantos años, conocías muy poco la actual Salamanca!", me decía a mí mismo reprochándome mi ingenuidad e ignorancia.
Y ahora llega la tercera sorpresa, que es la razón principal de este artículo. Transcurridos los hechos, al menos los más frustrantes, fui a pedir consejo a un amigo al que "a priori" le considero una autoridad en el conocimiento de la realidad de nuestra ciudad, por si me volvía a suceder algo parecido. Y para prevenir, mejor que curar. Por su cargo y responsabilidad este amigo tiene más conocimientos de sociología, economía y costumbres de la actual Salamanca que pudieran tener cien sociólogos juntos.
La escena de nuestro encuentro se desarrolla así: estamos en su despacho, él en su sillón habitual, yo en el de los visitantes; empiezo a contarle resumidamente mi triste rosario de anécdotas desde que compré el pisito y de repente le escucho a él, su voz narradora, que sigue contándome con todo detalle ¡todo lo que me había sucedido en esos largos meses!, como si lo supiera todo.
Le pregunto sorprendido: - ¿Y tú como lo sabes?
Y me responde: - ¡Porque a mí me ha ocurrido lo mismo que a ti, hace apenas un año! Bueno lo mismo?o aún más grave- precisa entre compungido y divertido por la situación.
A él, salmantino presente en su ciudad desde que nació, experto en todo lo que se cuece aquí, visible o no visiblemente?¡le había ocurrido lo mismo que a mí, inexperto y advenedizo en la ciudad! No pudimos frenar la carcajada que soltamos, quizás esa risa de solidaridad que une a los que sufren una misma desgracia, o quizás a los que el tiempo ha liberado finalmente de un mismo purgatorio.
El encuentro terminó con dos reflexiones: una, que si a ambos nos había ocurrido algo tan similar en este terreno de compras y alquileres, había que suponer que estas "adversidades", como las llama el anónimo de Lazarillo de Tormes, deben estar muy extendidas en nuestra ciudad. Pero como son cosas que se cuentan más bien susurrando, no se puede conocer su amplitud.
La segunda reflexión de mi amigo (sabia reflexión que honra su inteligencia y su ética) es que cuando uno compra cosas que no necesita, el destino se encarga de reprochártelo: ¿Para qué pierdes tu tiempo y tu vida en negocios que no solo no te enriquecen en ningún sentido sino que, antes o después te empobrecen?
"Parescióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba" ( escribió el desconocido autor).
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