El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, durante su reciente asistencia a la Conferencia del G-7, celebrada en Taormina, Italia, ha adoptado la teórica actuación del avestruz frente al peligro: esconder la cabeza en la arena, al no asumir los compromisos del Acuerdo de París respecto al cambio climático. Alegó, para defenderse, que necesita más tiempo para decidir si es real lo que está pasando, y que no piensa limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Ahora que nuestro presidente empieza a darse cuenta que sí, que es real, aunque su primo le dijera lo contrario, viene este otro mercenario económico, y dinamita el consenso mundial. Parece mentira que, a día de hoy, haya gente que siga negando una evidencia demostrada millones de veces, por estudios independientes de todos los rincones del planeta.
Quienes se encargan de gobernar un país, sea el que sea, deberían tener la obligación de, por lo menos, leer las noticias diarias. Y, no, no me refiero a los diarios deportivos, que tanto gustan a M.R., sino a periódicos de reconocido prestigio e independientemente de su ideología. De esta forma podrían enterarse que, por ejemplo, la Antártida está dejando de ser el continente blanco y se está volviendo verde, por el musgo que está colonizando las tierras que va dejando el hielo al descubierto. No es, evidentemente, un proceso rápido, pero sí es altamente preocupante, pues nos está poniendo de manifiesto, una vez más, que el calentamiento global está ocurriendo a una velocidad mucho mayor de lo esperada [http://bit.ly/2bYAgUn]. De momento, la vegetación sólo alcanzará la parte oriental del continente, la que mayor altura presenta, pero es ya todo un síntoma de cómo va a transformarse en un tiempo no demasiado lejano.
Un cambio climático para el que los noruegos llevan tiempo preparándose: en febrero del 2008 se inauguraba la "Bóveda Global de Semillas de Svalbard", conocida como la "Bóveda del Fin del Mundo". Esta peculiar construcción está excavada a más de 150 metros de profundidad, en una antigua mina de carbón, en el interior de una montaña, y situada en el Círculo Polar Ártico, siendo diseñada para "ayudar a la humanidad en tiempos de extrema necesidad". La Bóveda es el centro de un sistema para conservar los bancos de semillas mundiales, con casi todas las plantas que alguna vez han sido cultivadas por los humanos, y hablamos de cientos de miles de especies diferentes. Está construida a prueba de fallas, para ser capaz de resistir el paso del tiempo, las catástrofes naturales y las que provocamos nosotros, sea por armamento, contaminación o cualquier otra causa que, lamentablemente, se nos ocurra inventar a los humanos. Un gigantesco "frigorífico" natural que, de momento, conserva millones de semillas, de más de 860.000 variedades de cultivos de todo el mundo y que podríamos imaginar como una "copia de seguridad" para proteger a la humanidad del hambre en caso de desastres naturales, guerras y los problemas asociados al cambio climático.
Obligados por el conflicto sirio, durante el año 2015, se realizó el primer retiro de semillas, para reemplazar las que estaban en el banco de semillas de ICARDA en Aleppo: 116.000 muestras de Svalbard para restaurar la colección que allí había, y que han sido trasladadas a Beirut; este tipo de situaciones son las que el sistema de conservación pretende respaldar. Lo que no pudo preverse cuando se construyó es que el calentamiento climático iba a entrar en juego. Las altas temperaturas de esta primavera han provocado el deshielo del permafrost (suelo permanentemente helado), sobre el que se encuentra la instalación. A pesar de que la Bóveda está bajo el permafrost, las inusualmente altas temperaturas han hecho que el agua proveniente de dicho suelo, llegase hasta su misma entrada, aunque sin llegar a sobrepasarla, ya que volvió a congelarse, pues el interior de la instalación se mantiene a -18 ºC. El gobierno noruego, propietario de la bóveda, ha dicho que "no estaba en sus planes pensar que el permafrost no estaría allí y que experimentaría un clima extremo como este". No aprendemos. Seguimos pensando que, porque nosotros lo queramos, la naturaleza debe plegarse a nuestros deseos. Y es que, la bóveda, se suponía que debía funcionar sin supervisión humana? y a pesar del ser humano.
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