Los hechos históricos -buenos y malos- deben siempre recordarse, pues los primeros nos enseñan el camino a seguir y los segundo por donde no debemos ir; algo que no ocurre con los personajes que protagonizaron los acontecimientos, pareciendo aconsejable homenajear a quienes contribuyeron a la paz, cultura y progreso, debiendo pasar al olvido los que provocaron desgracias, ruina, hambre y miseria entre seres de su misma especie, por muy históricos que tales personajes sean.
Conviene tener presentes las guerras, holocaustos, matanzas, inquisiciones, represiones, exterminios y explotaciones, para no volver a repetir tales hechos; pero debemos olvidar a los matarifes, inquisidores, represores, exterminadores o explotadores, porque han desaparecido con demérito acreditado para ser postergados, frente a los acreedores de honores póstumos por su bondad, para ejemplo de generaciones posteriores.
La retirada del medallón de Franco por razones sobradamente conocidas, aunque por todos no compartidas, obliga a mirar alrededor de la Plaza para ver otros medallonoides, dedicados a quienes hicieron funesta historia de nuestra Historia, con escasos merecimientos para eternizarse en las enjutas de Plaza Grande que a la Humanidad pertenece.
Ahí están para certificar lo que no debe ser un gobernante y servidor del pueblo, personajes tales como Pedro I de Castilla, que por algo fue llamado "el cruel"; Enrique II apodado "el fratricida"; los catoliquísimos reyes, que de santos y evangélicos poco tuvieron; o su loca hija Juana encerrada en Tordesillas por el papá Fernando y su hijo Carlos.
Tenemos también al superpoderoso "César" que hizo y deshizo con su dedo meñique cuanto se le antojó sin respeto al pueblo y aniquilando libertades -como puede confirmar cualquiera que pregunte a la historia por nuestro paisano Francisco Maldonado-, hasta que harto de guerrear se retiró a Yuste para que un mosquito le diera la puntilla inoculándole paludismo de una charca cercana.
El Prudente Felipe, que de prudente poco tuvo esta "católica majestad", ocupando gran parte de su vida en luchar a cristazo limpio contra los infieles y enemigos que se desmandaban, esquilmando las arcas del Estado en guerras invencibles de su vencida armada, mientras el pueblo ponía los muertos y vivía en la miseria, hasta que los chuletones intervinieron haciendo gotear su cuerpo hasta morir.
Enfermizo, débil, extravagante y estéril "el hechizado", no lo fue tanto como dice la historia y acabó con los habsburgos al no dejar descendencia, permitiendo con ello la entrada de los hemofílicos borbones, como Isabel, la "castiza" "de los tristes destinos", ninfómana declarada que puso pies en polvorosa cuando la republicana Gloriosa llamó a la puerta, Rodríguez Pinilla a la cabeza en Salamanca.
Finalmente, entre otros que sobran, está el felonazo mayor de la historia, el absolutista, desleal, traidor, represor e "indeseado", Fernando VII, de cuyo nombre, vida y reinado más vale no acordarse, que tiene en la enjuta del Pabellón Consistorial un inmerecido medallón, para recordarnos durante veinticuatro horas al día su desgraciado paso por la vida, compartiendo Pabellón con algunos que merecen tal espacio entre nosotros.
En este momento, que se barajan varios nombres para el medallón que debe sustituir al de Franco, tal vez convenga remplazarlo por una alegoría más de las que ya adornan algunos medallones, iconografiando la necesaria y definitiva reconciliación entre todos con el fin de pasar definitivamente esa página de nuestra historia, afrontando juntos y en paz el futuro que nos espera.
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