Máximo García Ruiz, destacado teólogo y ensayista madrileño, reflexiona sobre la antología del peruano-salmantino, editada por la Diputación y presentada en la Feria
El título de esta antología, de por sí, es todo un poema. Un poema que identifica a su autor como lector atento de la Biblia y perspicaz intérprete de su mensaje poético y teológico.
Confieso de antemano que soy un reciente descubridor de Alfredo Pérez Alencart, tanto en su calidad de persona como en su proyección como poeta. Y confieso, asimismo, que su dimensión humana y su trascendencia poética me tiene subyugado, lo cual puede influir a la hora de hacer un comentario sobre esta antología Una sola carne (Diputación de Salamanca, 2017, pp. 182), tan cuidadosamente preparada por Carmen Bulzan.
Cuando una persona escribe de amor, lo hace en formato poético y, por añadidura, sus poemas están dedicadas a su compañera, en ese tránsito de la juventud a la serena madurez (homenaje con motivo de las bodas de plata del matrimonio), el lector tiene que prepararse para hacer una inmersión en el alma y en las vísceras de quien está dispuesto a poner al descubierto lo más íntimo y entrañable de su ser. Y éste es el caso que nos ocupa.
Conforme el lector va adentrándose en la lírica de esta antología, y va desgranando las figuras que envuelven en un embriagador ensueño de amor los sentimientos de su autor, no podemos evadirnos de la evocación que encierran de aquél sublime Cantar de los Cantares atribuido a Salomón, que forma parte de la Biblia, el más excelso poema de amor jamás escrito anteriormente; ni después. Sin menoscabo de su gran originalidad y fuerza creativa, estos poemas dedicados a la mujer amada, a la gacela de mirar profundo, no dejan de evocar el trasfondo bíblico, donde eros y ágape forman un único sentimiento. Efectivamente, el poeta nos envuelve en un onírico sueño de amor, cultivado en sus más nimios detalles, donde la pasión se convierte en esa experiencia que anticipa el Génesis, que Durero refleja en su magnífico cuadro y que Miguel Elías convierte en sugestiva portada del libro: carne de mi carne, dos seres fundidos en una misma carne. Y siempre presente, flotando en medio de ese ensueño de amor, fruto y reflejo de ser una sola carne, el unigénito que prolonga y materializa la incorpórea trascendencia convertida en inmanencia tangible. El Eros, dirá el autor, forma parte de lo sagrado.
El texto contiene, con profusión, figuras lingüísticas de calculada contundencia para describir los sentimientos más íntimos; muestra tal florilegio literario, que pone al descubierto los inacabables recursos con que cuenta el autor para ir desmenuzando el tesoro que tal vez ha permanecido oculto durante décadas esperando la mejor oportunidad para salir al exterior. "Cálidos chubascos de confidencias", "te amaso a mí", "el invernadero de mis entrañas", "lo nuestro es eternidad e instante", "bebe de su risa"? Expresiones de entrañable ternura como ese "te cobijo ahora que tienes frío", tal vez anticipando la proximidad de la edad madura, en la que hay que hacer aportes extras al fuego de la juventud, que se apacigua poco a poco.
Resulta conmovedora y sublime la evocación del milagro del primer encuentro producto de un amor que no es capricho, en el poema "Y él durmió con ella", con la mujer de ojos extremos. Un amor que funde en una sola carne, capaz de hacer brotar la simiente que apunta a la eternidad, el amor que se gesta en el tálamo unido a la fuerza creadora que enlaza los espíritus hasta subirlos ante Dios. Y todo ello precisamente para provocar la sonrisa de Dios que contempla y aprueba la culminación del amor. Un Dios siempre presente.
Alfredo Pérez Alencart, el brillante poeta, el luchador infatigable, el eximio profesor, el ciudadano de dos patrias, de dos continentes, abre en este libro su corazón para que brote sin ningún tipo de contención, el amor concentrado para que su "musa exclusiva", su compañera, su patria, su refugio, su querida Jaqueline, reciba el caudal de un río que ha ido nutriéndose de muy diversos afluentes con el único fin de regar su jardín privado, su edén, aun no ignorando, como bien reconoce, que amar no es cosa ligera. No. No lo es. Amar es dejar que un cuerpo se mezcle con otro cuerpo, que un alma se vacía en otra. Y eso es lo que expresa con tanta vehemencia Alfredo en estos poemas. Y todo ello siempre, permanentemente, sometiéndose a la atenta mirada de su amado Galileo. Ten sed de Dios ?recomienda a la amada- que viaja en nuestro amor; Dios siempre presente, cercano, recurrente. Sin tópicos mojigatos, sin concesiones banales a cualquier tipo de puritanismo pudibundo.
¡Oh Dios que inflamas la piel y las estrellas,
Dios para tantas razones de lo humano, Dios
que nunca asfixias, pues voluntad tuya es preñarnos
de Amor hasta desfallecer!
Los versos de Alencart ponen de manifiesto la fuerza de la pasión ("Pedí el fuego y se me concedió en su totalidad") pero muestran, sobre todo, la sutileza insinuante de un fino y delicado erotismo que hace que los cuerpos floten en el espacio, dejándose llevar por la fantasía.
La llamada permanente bajo el roce de los cuerpos
y esos arpegios de una Flor invitándote
a conocer sus arterias antes que algún inoportuno
levante su voz por las inmediaciones,
antes que se sequen las raíces en lo más profundo de mí,
de ella, de nuestras sombras perfectas y habitables.
Siendo un poemario dedicado al amor conyugal, no descuida su autor la inquietud social que define uno de los rasgos de su personalidad. En "Lo más oscuro", pone de manifiesto una denuncia a la miseria, al abandono, a la soledad; a la falta de amor a fin de cuentas. O la sentencia aplicada al amor con proyección social:
Pobres los ricos
que confunden propiedad
con posesión.
Con Una sola carne Alfredo Pérez Alencart nos introduce en un sueño de amor, un ensueño, su propio mundo, su propio ensueño, donde se funde la fantasía, la ilusión, el deseo, la esperanza? El lector debe prepararse para adentrarse en un mundo de profundas intimidades, un laberinto de excitación en el que los sentidos se articulan en torno a un amor maduro cuajado de imágenes preñadas de ternura a veces, apasionantes otras, en las que eros hace causa común con ágape y lo carnal se torna en una nueva forma de liturgia que aproxima, que introduce, que contempla a Dios.
SOBRE MÁXIMO GARCÍA RUIZ
Máximo García Ruiz, nacido en Madrid, es licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha ejercido como pastor bautista durante cuatro lustros y como profesor de diferentes materias teológicas en la Facultad de Teología UEBE de Alcobendas, durante cuatro décadas y como profesor invitado en otras instituciones y universidades. Ha ocupado diferentes cargos en la Unión Evangélica Bautista de España, entre otros como presidente, y ha sido secretario ejecutivo y presidente del Consejo Evangélico de Madrid. Es miembro de la Asociación de Teólogos/as Juan XXIII. Figura en el selecto Diccionario de Teólogos/as Contemporáneos, publicado por la Editorial Monte Carmelo. Ha publicado numerosos artículos de ensayo y reflexión teológica en diferentes revistas nacionales y extranjeras y es autor de 28 libros de historia y ensayo. En la actualidad, además de su actividad literaria, es profesor emérito de la Facultad de Teología UEBE. Acaba de publicar su primer poemario, 'Entre la luz y las tinieblas', aparecido bajo el sello de Hebel Ediciones, de Santiago de Chile.