Me enseñaron a domesticar la luz. Mas no aprendí a bailar entre las sombras. La vida tiene mucho de jardín donde la luz asoma silenciosa y baila entre las sombras lentamente, hasta que, al fin, cae la oscuridad. Cuando atardece y huyen los azules, la luz se queda dentro de mi alma. A veces la derrama un ruiseñor, mientras camino a solas con mi sombra entre las zarzas rojas del crepúsculo, buscando ese fulgor que no se aleja y cuando en ti lo buscas siempre está.
En la imagen, de Isabel Casado, atardecer en el Tormes
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