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Luis Landero, oficio de maestro, maestro en el oficio
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por charo alonso

Luis Landero, oficio de maestro, maestro en el oficio

Actualizado 13/05/2017

"Dueño de la palabra, del público y de la gracia con la que desgrana anécdotas, citas, reflexiones"

Por esta Feria del Libro salmantina de lluvias repentinas, marionetas al resguardo no de la curiosidad de los niños sino del agua y páginas que vuelan con el viento en torno a un elefante bocabajo, camina Luis Landero con la seguridad del que sabe y entra a dar su conferencia con la humildad de los grandes y una ovación cerrada que le acompaña hasta su mesa. Es Landero un hombre cercano, agradecido, humilde y generoso que, antes de hablar con una voz profunda que le sale de lo más hondo, se lleva la mano al corazón para agradecer una ovación tan sorprendente como entusiasta.

Porque Luis Landero despierta entusiasmos, porque acabada su charla, la fila de fieles es larga y plena de libros y palabras que dedica a cada uno con una sonrisa cálida, con un rato de charla, una foto con el móvil. Qué entusiasmo despierta en los lectores este narrador sólido, este hombre sabio que no solo nos ha escrito una novela magistral como todas las suyas desde que publicara en 1989 Juegos de la edad tardía, sino que nos entregó, al calor de las palabras, toda una lección de vida. Autor de lo concreto, de aquello que se sucede con el curso y decurso de la vida diaria, Landero afirmó que Una historia se escribe a partir de una imagen y una tozudez de mula, el narrador funciona con cosas concretas y al calor de las palabras surgen aquellas cosas que hacen del proceso de escribir un trabajo lleno de penalidades, pero también de júbilo cuando uno escribe con los cinco sentidos.

Tras su magistral relato biográfico de niñez y mocedad de chiquillo de campo llegado a Madrid a estudiar y a reconocer en sus calles el pulso de esa vida que relata a la manera cervantina, El balcón en invierno, Landero hace en su última novela un homenaje a la literatura picaresca, al relato oral de su abuela analfabeta Francisca quien le instaba a aprender a leer y a escribir para que pudiera leerle las cartas, y a un personaje complejo que negocia consigo sin sentir culpa. Un Landero reposado, ajeno a las prisas, que afirma que la cultura ha pasado a ser entretenimiento rápido y que hay que defender la lentitud, la contemplación, y la convicción de que cada uno de nosotros somos originales: Es necesario reposar la mirada, sin concentración no hay fruto, no hay disfrute de la belleza que nos rodea. Vivimos en una sociedad pueril que insta a la velocidad cuando cada uno de nosotros tiene sus ritmos y debemos recuperar la alegría y la lentitud del niño cuando juega. La mirada del artista es como la de un niño, es un poco ese asombrarse para empezar a entender como decía Platón.

Dueño de la palabra, del público y de la gracia con la que desgrana anécdotas, citas, reflexiones acerca de su propio trabajo y de la vida que vivimos donde todo es negociable, Landero se confesó dueño de una fuerte vocación, de una tenacidad a prueba de adversidades que, a lo largo de su trayectoria, nos entrega esta obra sólida y honesta que despierta tantas pasiones. Auténtico, pleno de dones, dueño de una sonrisa cálida que llega a cada uno de los presentes, deleitó al público que abarrotaba el recinto con su pasión por las peluquerías ?no en vano uno de sus libros se titula ¿Cómo le cortó el pelo, caballero?- espacio común de charla y de intercambio entre peluqueros y pelucandos, el ágora cotidiano donde le llevaba su padre de pequeño en su niñez de Alburquenque ya no para cortarse el pelo, sino para enterarse de las noticias. Sabiduría popular, gusto por el lenguaje, por el conocimiento, por la reflexión personal y compartida en una charla entregada, ese es el regalo, el privilegio que la Feria nos ofreció en una tarde de sol y lluvia al abrigo de los libros que son paraguas y ofrenda, que son alegría de colores en los dibujos de Juan Sebastián González y en los versos de Montserrat Villar, también presentes en esta tarde de viernes.

Libros que, como nos recuerda el mismo Landero en el texto que sirve de marcapáginas, de prefacio de la Feria, nos hacen recuperar el gusto por vivir. Libros que han llenado la Plaza de todos a despecho de las críticas, en deliciosa vecindad con un elefante que se ha sentido acompañado, rodeado de letras, dibujos, niños y mayores que hojean al viento las páginas de Landero. Libreros y bibliotecarios llovidos del cielo y atentos a la música de los elementos y de los conciertos de la noche. Público fiel que trae, como una ofrenda, los libros, los muchos libros de Landero para que los firme con su paciencia y su entrega de hombre generoso y agradecido. No ha sido su venida únicamente un acto literario, ha sido una charla detenida de afecto que se palpaba en el silencio con el que aprehendíamos sus palabras? su lento fraseo grave de tenor que fue profesor, que sabe de hablar a quien le lee desde el descubrimiento y el afecto. Este viernes de Feria el cartel era una figura de fuste que nos recordó la grandeza del que sabe, la de un maestro que supo hablarnos a cada uno de nosotros desde la singularidad, la pasión por el oficio y el agradecimiento. Tuvimos el privilegio de Landero. Y no queda más ovación que agradecérselo.

Charo Alonso

Fotografías: Carmen Borrego

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