Recuperamos este tema, después de las fiestas, para acabar reflexionando sobre la herencia social, después de haber comentado la biológica. Con este texto acabamos la influencia de la herencia en nuestra felicidad.
La herencia social tiene muchos factores que nos condicionan: familia, comunidad, autonomía, país, etc, en que nacemos. Y son, en efecto, variables muy importantes de nuestro bienestar o malestar. Basta echar una mirada al mundo para sentirse afortunado en Europa, en nuestra España y hasta en determinadas autonomías, dentro de nuestro país. ¿Sabe que los niños y niñas, más aun los de familias pobres, los trabajadores y las personas viejas, no reciben el mismo trato en unas autonomías u otras? , ¿sabe que en España estamos muy lejos de la igualdad de oportunidades?
Centrándonos en la familia, institución más decisiva que no elegimos, hay varios aspectos centrales que tienen una influencia decisiva en nuestro bienestar: las relaciones de apego, el nivel educativo de los padres y madres y la riqueza o pobreza.
Las relaciones afectivas de apego a lo largo de la infancia y la adolescencia influyen decisivamente en nuestra vida emocional, relaciones de amistad, amorosas y sociales. Amamos y nos relacionamos, en buena medida, conforme hemos aprendido; y sabemos muy bien que nuestro bienestar se juega, en buena parte, en nuestras relaciones sociales e íntimas: ser una persona segura y confiada o insegura y desconfiada, estable o ansiosa, con capacidad o no para disfrutar de la intimidad, resulta ser un factor básico para poder sentirnos bien.
La educación de los padres influye decisivamente en la educación de los hijos, como demuestran los estudios sobre fracaso escolar, conductas antisociales, etc. de éstos. La buena formación e información de los padres no es solo un buen ejemplo para hijos e hijas, sino que favorece la adquisición de hábitos de estudio, la elección de centros escolares y universitarios, la elección de profesión, etc.
En el pasado, en una sociedad estamental, nacer noble o plebeyo determinada toda la vida, casi hasta el último detalle. Hoy en las sociedades liberales se habla mucho de igualdad de oportunidades, pero la realidad es que ésta está cada vez más lejos. Es verdad que hay casos de saltos y cambios entre los miembros de las clases sociales, ya no estamos en una sociedad estamental, pero no es menos verdad es que, en muchos sentidos, sigue siendo verdad ese dicho propio de una sociedad estamental: "quien nace señorito, muere señorito". Los nobles morían nobles y hasta los hidalgos empobrecidos se agarraban a un clavo ardiendo para ser o parecer aún señoritos (recuerde lo que contaban nuestros escritores del siglo de oro sobre aquellos hidalgos que, no habiendo comido, salían a pasear con un palillo en la boca).
Las cosas han cambiado y la vida de cada persona puede cambiar en una sociedad móvil, pero las familias ricas, salvo graves fracasos de los hijos de la abundancia, ofrecen posibilidades con las que los pobres no pueden soñar. Por ejemplo, la posibilidad de estudiar lo que se quieran (en Universidades privadas o extranjeras, si no tienen la nota suficiente para entrar en las públicas), de hacer formación de posgrado, estudiar idiomas, encontrar trabajo o heredar un negocio o vivir de las "rentas", como se decía antes, es aun una realidad cuando se es "rico de cuna".
La riqueza y la felicidad no están directamente muy relacionadas, basta con tener una economía sin agobios para poder sentirse bien, pero el acceso a ésta es cada vez más difícil entre los jóvenes, mientras que los hijos de familias ricas acaban sorteando hasta sus propias deficiencias para no pasar apuros económicos a lo largo de la vida.
Y no podemos olvidar que estamos en una sociedad de consumo en la que tener dinero permite alcanzar uno de los valores dominantes: poder consumir. Hasta los anuncios de la lotería nacional nos lo recuerdan cada día: "no tenemos sueños baratos." La solución está, nos aseguran, en jugar a la primitiva"
Tal vez sea mejor hacer caso a lo que decían los socráticos: para ser feliz, hay que tener menos necesidades y no tomarse en serio los sueños que nos propone el mercado. Claro que este consejo, lo sé, no es oportuno para los pobres.
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