En el año 1178 los castellanos levantaron la iglesia románica de San Marcos con la estructura de una fortaleza, porque estaba extramuros y servía para guardar las puertas de la muralla que se abrían al camino de Zamora.
Durante muchos años los salmantinos pensaron que era un cubo de la muralla medieval que circundaba la ciudad. Quizá lo dedujeron al fijarse en su forma circular, o en las aspilleras de los muros, aunque alguien les explicó que sirven para dar luz a la escalera que, entre las dos paredes, sube a la espadaña.
Seguramente si los charros hubieran sido un pueblo mercader y viajero sabrían que en Roma hay una iglesia redonda llamada San Stefano Rotondo y en Borgoña otra dedicada al Divino Marcos; lo que elimina conjeturas y casualidades, si recordamos que Raimundo de Borgoña, yerno de Alfonso VI, fue el encargado de repoblar la ciudad.
Por esa puerta de Zamora entraban los reyes en Salamanca y como agradecimiento Alfonso IX entregó la iglesia con todas sus propiedades al capítulo de clérigos parroquiales de la ciudad, de donde viene su nombre de clerecía.
Debían marcharles bien los asuntos económicos a los clérigos, porque en el siglo XIV encargaron que se decorara con frescos el interior de la iglesia. Dos siglos después sus párrocos consiguieron el título de Reales y colocaron el escudo con las armas de los Austrias sobre la puerta Este.
La bonanza económica se acentuó con la crisis del siglo XVII, y como los clérigos la veían rechoncha, y algo simple, algunos anduvieron diciendo que tenía forma de palomar, decidieron encargar el pastiche barroco de la espadaña que actualmente posee.
En el siglo XVIII se produjeron dos hechos importantísimos para los salmantinos en los que estuvo involucrada esta iglesia.
Era tradición en la ciudad desde la Reconquista, que para celebrar la festividad de San Marcos los miembros de su cofradía salieran al campo el día anterior (24 de abril), acompañados del cura párroco y del escribano y, a falta de leones, eligieran a un toro bravo, lo enmaromaran, lo bautizaran con el nombre de Marcos, le leyeran el Evangelio y en solemne procesión lo trajeran a la iglesia. Esa tarde asistía a la celebración de las vísperas y después de pasar la noche compartía la misa del día siguiente con los cofrades. Al terminar lo llevaban por las calles haciéndolo entrar en la Universidad, en las tabernas y en las casas de las mozas y de los enfermos.
En el año 1753 el rey Fernando VI prohibió la fiesta del Toro de San Marcos a petición de la Santa Iglesia Romana, alegando que el año anterior el toro Marcos había matado a un arriero, aunque se sabe que era debido a que ese día se disfrazaban las personas con astas de toros, se decoraban las casas de la misma forma y lo que es peor; los maridos se los regalaban a sus mujeres..., y viceversa.
El otro hecho también tiene su origen fuera de la ciudad.
Como los clérigos de San Marcos siempre se distinguieron por ser fieles vasallos de los reyes, cuando Carlos III decidió expulsar a los jesuitas de España entregó la iglesia del Real Colegio del Espíritu Santo, en la calle Compañía, a la Real Clerecía de San Marcos. Ellos la aceptaron sin dudar y el traslado del Santísimo y de la imagen de San Marcos se realizó el día 3 de noviembre de 1769.
Para hacerla suya colocaron un león a los pies de la estatua de San Ignacio, pretendían que pasase por el evangelista, y cambiaron la inscripción "Societati Jesu", por "Fundatores Hujus Domus".
Desde entonces la Real Clerecía de San Marcos no ha vuelto a ser protagonista de ningún hecho destacado, si exceptuamos alguna que otra boda famosa. Ahora sólo sirve para que sus piedras, marcadas con las señales de los canteros, entretengan y hagan pasar pronto el tiempo a los chavales que esperan en la esquina del Toscano. Aunque la mayoría no sabría decir cuántas puertas y cuántos pobres tiene.
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