Parece ser que la última excentricidad del ser humano es correr el maratón en menos de dos horas, a un ritmo de 2:50 el kilómetro. Nike y Adidas se han reunido en ese Reform Club virtual que es la red para exponer ante la comunidad científica su próximo "challenge", sú última utopía verniana. Sin embargo, más que una vuelta al mundo en ochenta días, esta apuesta se asemeja más a los delirios esquizoides de las dos grandes naciones durante la guerra fría, a las carreras espacial y armamentística.
Por lo visto, los mejores atletas del oriente africano, de los altiplanos etíope o keniata donde se gestan y educan los mejores especímenes (así los tratan) para la carrera, podrían conseguir esta marca si, a sus condiciones innatas y a la mejora en las técnicas de entrenamiento ya implementadas, dispusieran de zapatillas con pisada más eficiente y una forma de avituallamiento más eficaz, que no implicase hacer desplazamientos inapropiados hacia las mesas donde habitualmente se disponen los víveres. Todo ello bajo unas condiciones climáticas propicias que la firma Nike cree haber encontrado en el circuito de Monza, sede de la puesta en escena del proyecto Breaking2, dentro de unos meses.
Conservo vagos recuerdos del intento de Miguel Indurain por romper el récord de la hora en un velódromo colombiano. El equipo Banesto y la marca Pinarello, proveedora de la famosa "Espada", lo habían preparado todo para conseguir el objetivo. Sin embargo, la fatiga acumulada afectó al rendimiento del navarro y el intento se vio frustrado antes de llegar al ecuador. Recuerdo también como el récord de los 100 metros lisos estaba en 9´86 cuando comencé a seguir el atletismo. La marca de Carl Lewis fue progresivamente batida, centésima a centésima, por Leroy Burrell y Donovan Bailey hasta ser rebajada drásticamente por Maurice Greene. No puedo olvidar tampoco esa noche de Atlanta en la que Michael Johnson corrió en 19:32 los 200 metros lisos, batiendo por cuatro décimas la marca previa de Pietro Mennea. Con esto reconozco lo ancestral de este anhelo por correr más rápido y batir los cronos, y la expectación que todos estos intentos generan entre el gran público.
Pero no. No trago con esta intromisión de los principios del marketing publicitario en un ámbito que debería venir definido por objetivos mucho más nobles. Si el propósito de Nike o Adidas fuera mejorar su material deportivo en un simple afán por perfeccionar la pisada y el despegue, y su eficiencia, me parecería fenomenal. Todos queremos ser mejores personas cada día, hacer mejor nuestro trabajo, cuidar mejor de las personas que nos importan. Sin embargo, toda la parafernalia que rodea a este objetivo de las dos horas me pone en alerta, tensa mis orejas y eriza los pelos de mis brazos. Donde debería ver una lucha tan antigua como el hombre contra magnitudes físicas como la gravedad, la relación espacio/tiempo o la fricción, veo un instrumento de venta, ad maiorem dei gloriam de las marcas, en busca, principalmente de divididendos y desprovista de reparos a la hora de instrumentalizar a los atletas, verdaderos héroes de todo este negocio.
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