Necesitamos seminaristas y sacerdotes
El domingo pasado celebrábamos en toda España el día del Seminario. Pero ¿es que existe el Seminario todavía? Y ¿qué es el Seminario? Seminario suena a semillero. En nuestro caso semillero de curas. Pero ¿es que existe eso todavía? Los que somos un poco mayorcitos pasamos hasta doce o trece años en los seminarios de los años cincuenta y sesenta.
Como fruto de los fervores que siguieron a la guerra civil española, abundaron las vocaciones de los que estaban dispuestos a ser sacerdotes. Muchos habían pertenecido a los movimientos de Acción Católica, y apreciaban el valor de la vocación sacerdotal y hasta la veían como un gran regalo de Dios para ellos.
En los años cincuenta estaban llenos todos nuestros seminarios. Y hasta muchas de las cosas de formación de religiosos, que constituían lo que entonces se llamó el cinturón de incienso de Salamanca.
En nuestro mismo seminario mayor -porque había seminario de mayores y seminario de pequeños- éramos más de doscientos alumnos, y unos cincuenta de ellos llegábamos a ser sacerdotes.
Nuestro seminario, que había estado ocupando una parte del Colegio Mayor San Carlos en los recintos de la Universidad Pontificia, pasó a ocupar los espacios del gran edificio de Calatrava. Yo mismo pasé en él cerca de trece años de preparación para el sacerdocio, porque cuando debía pasar al colegio de la Pontificia, el Seminario Mayor pasó a asentarse en Calatrava trasladándose el Seminario Menor que entonces la ocupaba, al Seminario de Verano que se había construido en Linares de Riofrío.
Y ¿qué fue de este seminario rebosante de vocaciones sacerdotales entre los años cincuenta y sesenta? Con ocasión del Concilio Vaticano II y de las revoluciones culturales de los años sesenta -no olvidemos el mayo del 67 en París, con repercusiones en el resto de Europa- las vocaciones sacerdotales fueron disminuyendo poco a poco, de modo que desde los años setenta y con ocasión de la transición democrática en España, los aspirantes al sacerdocio escasearon y empezaron a no ser suficientes para cubrir las bajas de los sacerdotes mayores.
La escasez de vocaciones sacerdotales en Salamanca ha llegado a ser lacerante. En los últimos años han llegado a faltar completamente por dos o tres cursos. Ahora tenemos la suerte de haber recuperado alguna presencia de aspirantes al sacerdocio. Concretamente hay dos alumnos en los últimos años de teología, y hasta uno en el año de práctica pastoral en Alba de Tormes.
El espacio Seminario sigue estando disponible en el edificio de Calatrava, compartiéndolo con los servicios del Obispado y la Residencia Diocesana, formando todos en conjunto la llamada Casa de la Iglesia. Sin embargo, los dos o tres seminaristas de Salamanca se han unido a otros de Ávila, Segovia, Ciudad Rodrigo y otros en el Teologado de Ávila. No sólo por el sentido práctico y económico, ahorrando personal y medios económicos, sino porque así se enriquecen los unos a los otros, y crece en ellos el sentimiento de cercanía a los cristianos y demás diocesanos que forman parte de la Comunidad de Castilla y León.
En cuanto a la formación filosófica y teológica, que en nuestros tiempos estaba atendida con los profesores propios del mismo seminario de Salamanca, hoy la reciben nuestros seminaristas en la Universidad Pontificia de Salamanca.
En los buenos tiempos, se tenía en tal aprecio el seminario diocesano que se le consideraba y llamaba "el corazón de la diócesis". Evidentemente hoy no podemos vivir ese optimismo vocacional. Pero los que nos consideramos miembros de la iglesia diocesana, debemos conocer, apreciar y sentirnos corresponsables de la existencia y desarrollo de nuestro Seminario. Todos hemos de estar implicados en la existencia de vocaciones y en que se puedan cubrir las necesidades, cada vez más perentorias, de tener sacerdotes que puedan atender a nuestras comunidades, parroquias y servicios pastorales.
Con razón celebramos una vez al año el día del Seminario en el domingo más cercano a la fiesta de San José. Se nos invita a conocer el Seminario, a rezar por las vocaciones y a colaborar con la institución diocesana, incluso con apoyo económico en las colectas de las parroquias o aportando nuestra ayuda en el Obispado o en la cuenta bancaria de la Diócesis. Que San José remedie nuestras necesidades vocacionales y nos ayude a acompañar a nuestras comunidades con todo tipo de apoyos, incluso con una mayor dedicación y colaboración de los laicos en las tareas pastorales de la diócesis, como reclamaba la recientemente terminada Asamblea Diocesana.
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