Este fin de semana se cumple un año desde que la Unión Europa y Turquía firmaron un acuerdo para frenar la llegada de cientos de miles de migrantes a las costas griegas? Con el pacto estalló la polémica. Sus detractores lo apodaron "el pacto de la vergüen
Cercana ya la Semana Santa y metidos en la primavera, los Estados miembros de la Unión han sido incapaces de ponerse de acuerdo aportar soluciones efectivas al mayor problema migratorio y de refugiados desde la Segunda Guerra mundial. En este contexto se acaba de cumplir un año del pacto de la vergüenza entre la UE y Turquía, reduciéndose casi al 98% la entrada de refugiados pero el coste humano terrible. Europa solo acogió al 8% de lo comprometido y España al 9%, es decir, 733 de la cuota de 17.387 refugiados que se comprometió a recibir.
En medio de la crisis diplomática entre Europa y Turquía, el ministro de interior turco amenazó con abrir las fronteras y enviar 15.000 refugiados al mes. Un pacto que no se romperá y continuará para la vergüenza de Europa, ya que la cantidad de dinero que recibe Turquía es muy alta y la posible ruptura con la Unión Europea no entra en los planes de Erdogan. El "pacto de la vergüenza" interesa también a ña devaluada Europa, que no sabe qué hacer con los refugiados, desbordada hace un año por las llegadas masivas a sus fronteras huyendo de la guerra. Un año después, todavía no hay en la Unión Europea un planteamiento serio y digno y no coyuntural al problema de los refugiados.
El acuerdo, permite retornar a todas las personas que lleguen de manera irregular a las islas griegas desde Turquía, incluidos niños y personas necesitadas de protección internacional por persecuciones o guerras. Semejante vergüenza de ha sido denunciada por todas las ONG cooperantes con los refugiados, provocando un círculo vicioso. Huyendo del sufrimiento de la guerra, muchos refugiados terminan huyendo de nuevo, enfrentándose a detenciones rompiendo todos los acuerdos Internacionales sobre derechos humanos. Muchos de ellos se ven obligados a usar rutas más peligrosos o a caer en las manos de los traficantes de personas o bien quedar atrapados en los campos de refugiados de las islas griegas.
Estamos a menos de un mes del referéndum sobre la reforma constitucional en Turquía, en plena campaña electoral, es fácil pensar que los refugiados se están utilizando como arma arrojadiza para aumentar la tensión con Europa y atraerse al electorado más nacionalista. De toda esta crisis, los perdedores siguen siendo los refugiados utilizados como moneda de cambio, no solo económica, también política. Su situación es cada vez más precaria, mucho centros en las islas y posiblemente también en Turquía son auténticos centros de detención, quedando inmovilizados y no pudiendo desplazarse hasta que se decida su situación de asilo.
Cuando estalló la crisis de los refugiados en el 2015, los mercaderes de personas, han pasado del secuestro de Occidentales a traficar con migrantes y refugiados. Cuentan con una gran infraestructura y unos ingresos de 100 millones de dólares en el año en que comenzó la crisis. Cuesta 7.000 dólares el paso de Siria a Turquía o de Turquía a Grecia. Mercaderes de personas que no son muy diferentes de los comerciantes de esclavos del siglo XVIII o de los nazis del siglo XX, todos han pensado que podían disponer libremente de la vida de otros seres humanos. En toda esta crisis, se ha demostrado lo frágil que es el respeto a la vida y la defensa de la dignidad de la persona, como también la hipocresía de nuestros políticos, que guardaron silencio cuando deberían haber hablado.
El papa Francisco en enero de 2017, en su mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, comentó que la emigración no es un problema que se limita a una región del mundo, afecta a todos los continentes y está adquiriendo una dimensión dramática. No solo se abandona el lugar de origen en busca de trabajo, cada vez más, hombres y mujeres, ancianos y niños que se ven obligados a abandonar sus casas con la esperanza de salvarse y encontrar en otros lugares paz y seguridad. Son sobre todo niños los que sufren esta tragedia, grupo más vulnerable entre los emigrantes, mientras se asoman a la vida, son cada vez más invisibles, la precariedad de documentos, ocultan su situación a los ojos del mundo.
Los rostros sufrientes apelan al núcleo del obrar cristiano, "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado" (Mc 9,37; cf. Mt 18,5; Lc 9,48; Jn 13,20). No podemos permitir que aquello que apela al centro de nuestra fe y más en Cuaresma se quede en mero planteamiento teórico o en un plano emotivo, ha de manifestarse en opciones y gestos visibles, principalmente en la defensa de la vida y de los derechos de los más vulnerables y excluidos. El fenómeno de la emigración y de los refugiados forma parte de la historia de la salvación, se debe reconocer el plan de Dios en este dramático fenómeno de nuestra sociedad globalizada, sabiendo que nadie es extranjero en la comunidad cristiana, cada persona es valiosa y, ante las dificultadas es necesario la acogida, sobre todo de personas en situaciones de vulnabilidad.
Debemos replantearnos la solidaridad, no como simple asistencia con respecto a los más pobres, sino como replanteamiento global de todo el sistema, como búsqueda de caminos para reformarlo y corregirlo de modo coherente con los derechos fundamentales del hombre. La solidaridad no es una limosna social, es un valor social. Por encima de los parámetros del mercado debe estar el ser humano, ofrecerle la posibilidad de vivir dignamente y que pueda participar activamente del bien común. La solidaridad con los necesitados, siempre se debe apoyar en el respeto a la dignidad humana, la acogida al emigrante y al refugiado es un combate a favor de la justicia. La justicia no es asistencia, ante los ojos de Dios todos los seres humanos tienen el mismo valor.
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