Es como un inmenso cansancio que llena la mente y corazón de muchos que no se atreven a vivir en los nuevos tiempos... Otro se aferran a lo antiguo, con miedo nervioso.
Están también los espanta-pájaros, que P. Zabala, amigo y colaborador, llama espanta-cristianos, mientras otros, hombres y mujeres de buena voluntad, quieren abrir nuevos caminos, espacio de encuentro y comunión cristiana.
Están, en fin, los atrae-cristianos, aquellos que abren caminos nuevos, los que llaman e invitan, creando caminos en la línea de Jesús... Son los de siempre, hombres y mujeres de buena voluntad, esto es, de corazón bueno, que siguen confiando en la vida y abriendo espacios de diálogo y encuentro en la Iglesia y en la humanidad. Gracias, Pedro, por decirlo.
ESPANTACRISTIANOS Y...PERSONAS DE BUENA VOLUNTAD Pedro Zabala
La situación del cristianismo, y dentro de él, del catolicismo, en la vieja Europa es de una ruina creciente. Negar esta evidencia y esperar ingenuamente que vendrán tiempos mejores, como llovidos del cielo, es de una ingenuidad, en que incurren determinadas personas. Con su confianza absurda en la providencia divina, se olvidan del viejo refrán a Dios rogando y al mazo dando.
Para analizar la realidad, primero hay que examinarla en sus globalidad, con sus luces y sus sombras, sus brotes verdes y su hojarasca carcomida. No es tarea simple encararse con ella, hay que reconocer su enorme complejidad. Sin los anteojos deformantes de nuestros miedos y deseos.
La realidad humana es histórica, cambiante. Unas veces en forma lenta, con represas que tratan de enlentecer su marcha. Pero cuando se desborda, corre a una velocidad vertiginosa. Vivimos una de estas, con una rapidez cada día mayor.
La crisis por la que atraviesa la religión católica, más acusadamente en Europa, tiene causas externas e internas. Es de una profundidad tal que ignorarla equivale a esconder la cabeza bajo tierra, como cuentan que hacen las avestruces. Primero perdió a la clase trabajadora, luego a las mujeres y ahora a la juventud. (Aunque haya minorías que sigan dentro del redil). De nada valen las añoranzas, los lamentos o aferrarse a viejas consignas. O el negar las causas internas, achacando los males a la perfidia de sus enemigos.
Idealizar la situación anterior es mal camino para conocer la realidad y poner remedio a los males que nos aquejan. Desde el Renacimiento, o quizá desde antes, algo se tambaleó radicalmente en el viejo continente. Se descubrió el individuo más allá del corsé de la tribu. Lutero y su intento de acabar con los abusos de la iglesia romana, la traducción de la Biblia a los idiomas vernáculos, el libre examen de la misma, dieron al traste con la obediencia ciega a la jerarquía. La Contrarreforma de Trento, que recogió parte de los intentos reformadores, pero que cerraba el posible paso a la libertad dentro de la iglesia.
El modernismo de la Ilustración, su atrévete a pensar, la emancipación de la ciencia, la exaltación del método científico como vía privilegiada de acercamiento a la verdad. Las revoluciones americana y francesa, la proclamación de los Derechos del hombre y del ciudadano; la oposición frontal a los mismos de los Papas, señores absolutos de los Estados Pontificios. La revolución capitalista, la rebelión de las masas empobrecida por ella, tras las banderas anarquistas y comunistas. La enemiga a las mismas por los señores del Vaticano, defendiendo más el derecho a la propiedad privada que el originario y común destino de todos los bienes para todos los seres humanos (postura matizada por los últimos Papas del siglo XX).
El Syllabus de Pío IX y las disposiciones de pontífices de los siglos XIX y primeros años del XX querían cerrar el paso al empuje de la modernidad. Hubo de llegar Juan XXIII, el Papa bueno, que puso en marcha el Concilio Vaticano II, para abrirse al diálogo con la sociedad. La admisión de la libertad religiosa como principio fundamental, la superación del fuera de la Iglesia no hay salvación, fueron pasos gigantescos para superar el miedo secular que había atenazado a la Iglesia de Roma. Concluir con el anatema e iniciar el diálogo abrían la puerta a la esperanza.
Pero a la muerte de Juan XXIII, los miedos de Pablo VI y los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI supusieron un duro invernar. Roto sin embargo por ráfagas proféticas de Woytila, como sus documentos sociales, sus trabajos por el ecumenismo, e incluso por el diálogo interreligioso, como cuando en uno de sus viajes, entró en una mezquita y besó con todo respeto un ejemplar Coran. Inició los encuentros de Asís con representantes de todas las religiones. La condena por el Tribunal vaticano del Santo Oficio sin matizar de la teología latinoamericana de la liberación y la persecución de relevantes teólogos fronterizos ennublan esa época.
Ratzinger sorprendió por su humilde renuncia el papado. Pero la sorpresa mayor fue la elección del primer papa jesuíta, Bergoglio, un sudamericano, que tomó el nombre de Francisco. Bajo la inspiración de este santo y de Ignacio de Loyola desarrolla su pontificado. Sus gestos han supuesto la vuelta de la primavera eclesial. Su condena sin paliativos del sistema capitalista, la defensa de la Casa Común, uniendo el grito por los pobres y por la naturaleza, le han convertido en imán profético para toda la humanidad.
Su abrazo con la arzobispa luterana de Suecia. Quiere derribar muros, convertir la Iglesia en un hospital de campaña, salida del centro hacia las periferias. Sus palabras son tajantes: "una Iglesia con la puerta cerrada tiene a Jesús golpeando adentro la puerta para salir fuera". Nos llama a volver al evangelio, a apreciar todas las vías de acercamiento al Misterio sin menoscabarlas, nos recuerda que aquello de que quien no está conmigo, está contra mí no es cristiano. "Y que la verdadera adoración no tiene lugar en Jerusalén ni en los montes, sino en espíritu y en verdad".
¿Son seguidores de Jesús y del pastor Francisco quienes se dedican a espantar cristianos y personas de buena voluntad con su fundamentalismo excluyente?. ¿No siguen con una fe mágica, desconocedora de la apertura personal de la conciencia, enclaustrados en un sectarismo que necesita que le impongan lo que tienen que creer dogmáticamente, qué rezar y dónde y con qué ritos?
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