Voy al revés sin ella. Van mis pies como ágiles gaviotas que se alejan del cielo rojo en la atardecida. Ella es el puente bajo el que me cobijo: agua sonora dentro de mi pecho. Hoy no ha venido. Se ha quedado en casa. Aunque hace poco -instantes- que no está, va en mi camino, al pie de la Ribera. Un mirlo pespuntea a mi alrededor la claridad celeste de un naranjo por el que cruza el mundo. Ella es la brisa violeta que recorre los alcázares. Sus dedos son los peces de mi ánimo. Voy al revés sin ella: en mis pisadas, como si fuera un árbol que me guía y echo de menos, desde hace unos minutos crujen la ramas de su corazón.
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