(A Juan Sánchez y su hermano, el tío Quico)
Al abrir el postigo se hunde en mí la cálida raíz de la alegría. Se hace el milagro: cuánta claridad de encinas fulge dentro de la estancia orillada al pie de los caminos y la ladera azul de las palabras que huyen del viento. Llenos de humildad, Juanín y Quico abren su interior cada ocasión que vuelvo a visitarlos. Dejan siempre jilgueros en mis entrañas. Su bonhomía abraza mi nostalgia levantando murmullos, risas, chopos, a escasos metros del pozo Verdinal.
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