Como un viejo matrimonio que duerme espalda contra espalda pero sin el cariño y la empatía que hace que no necesiten ni hablarse ni mirarse para entenderse. Regresamos de Portugal y lo hacemos con ese gusto de lo que sabe bien, pero a poco, de lo que es sabroso y triste a la vez, esa tristeza de casas descuidadas en el casco histórico de una Coimbra tan bella como decadente.
Dada mi aversión al volante ¿Cómo regreso? Horarios pésimos de trenes infectos, autobuses que se paran a cada poco ¿No hay otro camino para llegar que la carretera ahíta de camiones y que tan poco me gusta? ¿No hay otro medio? ¿No hablaban de un AVE? España y Portugal duermen juntos y no revueltos, y por suerte tienen enamorados fieles que cruzan la frontera, comulgan de su belleza húmeda y poética y regresan con un pan en forma de corazón, corazón empapado en fado. Qué tiene Portugal que es tan bella, que nos alimenta, nos endulza, nos entiende, nos sonríe, y todo mientras todo nos sabe a poco y estamos deseando volver, pasar las páginas de azúcar, carne en el plato siempre generoso. Comer en Portugal no es solo un ejercicio de amor, es esa sorpresa constante porque las cosas siguen sabiendo a lo que eran. Una fresa deliciosa, un pan que esponja el alma, una calle que huele a café entre gatos y por qué no, bolsas destripadas de basura mientras lejos del centro, la modernidad se alza entre árboles, qué riqueza de verde mientras huele el café y a nuestro lado, la gente que acaba de comer nos saluda cuando sale. Hay algo amable y cercano, algo familiar y diferente, algo que sabe a vino blanco de la ribera del Douro y que se endulza de amor a cada rato. De amor y de calles empinadas y de azulejos rotos. Hay algo en Portugal decadente y magnífico, algo que atrae y embruja sin que sepamos por dónde se escurre la belleza de estas viejas ciudades atrapadas en la decadencia. Pero aparte de esa carretera inacabable entre árboles florecidos de amarillo ¿Cómo llegamos? ¿Cómo pedir que se den la vuelta los países y se aprieten en un lazo de trenes? Extremadura y Castilla y León deberían mirar hacia el oeste, aprender las palabras básicas del afecto, del libro común, de la historia compartida. Y luego, en un ejercicio de amor, conocerse y amarse, darse la vuelta. Qué hermosa eres y qué hermoso. Qué bella cama de cielo compartimos a pesar de todo.
Charo Alonso
Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.
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