Lazarillo de Tormes pone en escena 'Teresa, la jardinera de la luz', en la representación número 140
Eran tiempos convulsos para Francia. Corría el año 1789 y la Revolución del pueblo francés se levantaba por las calles de todo el país. Pero en un pequeño pueblo de montaña del centro-este de Francia, acababa de nacer un niño, que, a su manera, iniciaría años después, otro tipo de revolución, que gracias a una voluntad férrea y una firme confianza en la educación de niños y jóvenes, dejó su vida en manos de Dios y puso en marcha una Sociedad docente y religiosa, que llevaría la luz de la enseñanza y de la fe a todo tipo de gentes. Hablamos de Marcelino Champagnat, fundador de los Hermanos Maristas. Nacido en el seno de una muy numerosa familia de campesinos y comerciantes, el gusto por aprender de todo lo novedoso que tenía su padre, y que le dio cierto grado de educación, rara en su época y estatus, hizo que su hijo Marcelino tuviera los ojos bien abiertos para observar con curiosidad todo lo que le rodeaba, personas y naturaleza, además de aprender con gusto lo que en casa su madre y su tía le enseñaron. Su madre, llamada María Teresa, inculcó en su hijo los primeros conocimientos básicos, pues éste nunca fue a la escuela, ya que el trato que allí se daba a los alumnos, no era de su agrado. Y el muchacho se dedicó al pastoreo, a modo de un joven rey David, que tampoco sospechó nunca donde el Señor iba a encaminar sus futuros y significativos pasos. Las primeras nociones sobre la religión católica también las recibió en casa, y desde bien temprano, convirtió a María, madre de su Dios, en el centro de su vida.
Dos siglos antes de su nacimiento, se iba de este mundo otro ser que marcaría con profundas huellas la vida de otros muchos, y que sigue haciéndolo con gran fuerza. Teresa de Cepeda, futura Teresa de Jesús cuando se hiciera monja carmelita, también provenía de una familia muy numerosa, donde la fe cristiana de sus padres y el gusto por la buena educación que ambos tuvieron, marcaron a su hija desde la infancia. Por su condición de mujer, en aquella época del siglo XVI, el acceso a la cultura le fue facilitada en el seno familiar, donde el contacto con todo tipo de libros, religiosos y paganos, le abrieron las puertas de una lucidez y autonomía intelectual, rara para cualquier persona de aquel tiempo, y menos mujer. Pero Dios, no sólo iluminó su mente, sino también su corazón, y desde bien niña, sintió la necesidad de hacer algo grande por ella y por los demás. Procedente también del ámbito rural, supo desde bien temprano, las diferencias que los propios hombres establecen entre ellos, en función de lo que tienen, y no de lo que son, seres iguales en definitiva, con todo tipo de capacidades. Y Teresa se rebeló contra la oscuridad que el hecho de ser fémina le imponía, y se aferró a la libertad que creía poseer por ser hija del mismo Creador de todos los hombres. Cuando perdió a su madre, siendo apenas una niña, se refugió en María, y conoció el profundo amor que a partir de entonces, siempre sintió por su hijo, el Dios que se hizo hombre, y que como nosotros vino al mundo, Jesús.
Con casi la misma edad, tanto Marcelino como Teresa, iniciaron sus caminos de fe y enseñanza. El primero animado por un sacerdote, que de paso por su pueblo, vio en él, como de forma clarividente, una fuerte apuesta para el camino de Dios. Y Marcelino, con apenas una precaria formación, y muchas dudas por parte de su familia, ingresó en el Seminario, donde a base de tesón y esfuerzo, se superó a sí mismo y logró alcanzar las metas que allí se le exigían para llegar a ser sacerdote. Por su parte, la joven Teresa, se convirtió en Teresa de Jesús, cuando profesó en el convento de carmelitas de La Encarnación de Ávila. Ella tenía, a diferencia del sacerdote francés, formación suficiente para darse perfecta cuenta del ambiente disipado que las monjas allí llevaban, lejos de la austeridad y silencio que ella buscaba para acercarse a Dios a través de la oración y su Palabra. Así pues, para ambos, empezaron sus tan parecidos caminos en la búsqueda de la verdad y luz del alma mediante la fe en Dios y el acercamiento a Él gracias al conocimiento y la educación.
En un tiempo, el que nosotros vivimos, donde por medio del Papa Francisco, se nos ha puesto de relevancia la importancia y poder de la Misericordia, como nudo que nos pone a todos en contacto, reconociéndonos iguales, Hace ya algunos siglos, cinco en el caso de la carmelita y dos en el de Champagnat, que éstos dos seres excepcionales, vieron claramente la importancia de hacer libres a todos sus semejantes mediante la misma oportunidad de acceso al aprendizaje. Teresa, como mujer, lo tuvo muy difícil en su tiempo, en el que peleó con denuedo para conseguir que todas las mujeres que así lo quisieran, pudieran vivir libremente sus vidas, lejos de un mundo de varones, que hacían de ellas, ciudadanas de segunda categoría. Así dedicó su vida a la Reforma de la Orden carmelita, fundando conventos para acogerlas, formarlas intelectualmente y hacerlas llegar a Dios a través del diálogo con Él y el servicio a sus semejantes. Tarea ardua que la convirtió en incansable viajera por esos caminos de España, y gran escritora y pedagoga para sus monjas, en un intento de transmitir su experiencia y saber.
Marcelino Champagnat, por su parte, dirigió su mirada a los niños y jóvenes del mundo rural del que procedía, que tan carentes estaban de formación y cultura. Apenas se ordenó como sacerdote, con tan sólo 27 años, fundó la llamada Sociedad de María, conocida como Hermanos Maristas, desde la cual impulsó la enseñanza en pequeñas escuelas de pueblo, y con la ayuda de otros compañeros con los que inició la tarea, siguieron formando a nuevos hermanos, con lo que su obra se fue engrandeciendo, hasta tener que crear la gran casa de formación de Nuestra Señora del Hermitage. Su labor ocupaba gran parte de su tiempo, pues él mismo realizaba tareas de albañil, contable, maestro, formador, amén de sus tareas de sacerdote, con atención a sus feligreses y las necesidades de éstos en el alma y en el cuerpo.
Y ambos enfermaron, pero no se rindieron. Los dos se enfrentaron a los poderosos de su tiempo en aras de conseguir sus objetivos, pero no se humillaron. Ella y él fueron misioneros del Dios que les daba fuerza; Teresa infatigable "andariega", de ciudad en ciudad, creando nuevas casas de carmelitas por todo el mapa de nuestra geografía, y Champagnat, enviando hermanos maristas a Oceanía, donde le hubiera gustado ir, si sus inacabables responsabilidades en su tierra se lo hubieran permitido. Allí algunos fueron martirizados, suerte que también pudo correr la carmelita en nuestro propio país y a manos de su propia fe, pues la Inquisición no la miraba con buenos ojos. Todo lo novedoso, aunque bueno, produce miedo en el ser humano, y si además rompe moldes establecidos, no se permite. Estos dos personajes admirables simplemente demostraron ser grandes seres humanos enseñando a los demás lo que ellos sabían del mundo y del Dios en el que creían. Con la enseñanza marista, se ha llegado al aprendizaje de la lectura con nuevos métodos; y Teresa en su momento dedicó horas y horas a escribir sus vivencias para que sus hermanas pudieran tener constancia escrita de sus experiencias y trabajos que las aunara en la tarea. Muchas aprendieron, gracias a esto, a leer y escribir en sus conventos.
Ha sido pues. Muy emotivo, ver como en la tarde del viernes, 3 de marzo de este 2017, el grupo de teatro Lazarillo de Tormes, con su obra "Teresa, la jardinera de la luz", se enorgulleciera de poner en escena su representación número 140, en la capilla del Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas de Salamanca. Después de tantas representaciones a lo largo de estos dos últimos años, emulando la actividad de su protagonista, poco se puede decir ya de "Teresa, la jardinera de la luz". Es indudable que en cierta medida ha cumplido una suerte de tarea docente, pues allá donde ha llegado, ha dejado una semilla que ha ido creciendo en forma de curiosidad por todo lo referente a nuestra santa escritora, así como la expectación que ha suscitado el formato teatral en el que se la ha envuelto. El preciso, ameno y elegante montaje de Lazarillo de Tormes, ha tenido la fortuna de apoyarse en el magnífico guión de Denis Rafter, así como en su inigualable dirección. Su productor Javier de Prado ha sido responsable del éxito en la elección de los escenarios más apropiados, es decir, los altares de las iglesias, donde naciera primitivamente el hecho teatral, con la sinergia de todos los que allí compartieran vidas. Sabemos también que la escenografía austera que presenta Lazarillo de Tormes, hace posible nuestra ubicación en el XVI. Sólo han necesitado de unos auténticos hábitos de la época, el púlpito de un sacerdote y la réplica exacta del órgano del maestro Salinas. Lo demás parte de la garra y buen saber hacer de unos actores, los de Lazarillo, que a pesar de ser aficionados, han sabido elevar a categoría profesional este trabajo.
De ello dio buena cuenta el AMPA del colegio Hermanos Maristas de Salamanca, que emocionados entendieron que su elección con esta obra de teatro, no permitía duda alguna de que había sido la mejor para hacer hincapié en un mensaje de superación, apuesta por la cultura, y libertad de la persona a través del aprendizaje, del que tanta gala y tan bien pone de manifiesto el colegio elegido para sus hijos. Por eso en esta tarde de marzo, mes en el que naciera Teresa de Jesús, nada "turbó" la complicidad de carmelitas y maristas, unidos en Jesús por María, pues como bien decía el padre Champagnat: "para enseñar hay que amar".