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Cómo Lázaro gozó grande orgiá y aquelrre con pobres y con la su señora Celestina
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Tractado sexto

Cómo Lázaro gozó grande orgiá y aquelrre con pobres y con la su señora Celestina

Actualizado 19/02/2017
Redacción

Sexta y última entrega de la novela 'Viaje y resurrección de Lázaro de Tormes', del escritor y sacerdote dominico Quintín García

Truxeron ramojos secos de los árboles que por allí había muchos y de sus zurrones uno sacó pernil de Guijuelo que en un descuido, dijo, habíale sisado a un comerciante en el Mercado Central, por lo que correr hubo y aún no sabía si la auctoridad no anduviera persiguiéndole; otro queso ofreció, y en grandes medidas, y de Hinojosa era, insistió, como diciendo que de lo mejor se tratara; y otros longanizas varias de la Sierra para asadas o crudas, hurtadas o dadas de las buenas gentes, que ya andábame yo relamiendo dende que las viera relucir a las primeras llamaradas del fuego.

Habíanse juntado a lo primero seis o siete miembros de la tal Cofradía, mas que los olores de las viandas asadas extendíanse por los ojos de la puente do otros había, hasta doce llegáranse a aquella Sagrada Cena, que por las pintas que agora víales a la claridad de los troncos, tratábase en verdad de lo más florido de la ciudad. De entre los trajines que se traían unos y otros, con idas y venidas a sus guaridas naturales, logré un momento para de nuevo mirarme en el mozuelo de la estatua que con la boca seguía entreabierta, y aún más que abierta descosida era por los primeros olores que subíanle ya por los pies de bronce y díjele por lo bajo para que nadie me oyera: hermano, desta curar las hambres que por los siglo han sido, questos pobres de hoy suerte mayor tienen que tú y yo, pues más grandes ricos son sus amos que entonces, que por mucho hurtalles no alcanzaba la rapiña a juntar diente con diente, y si los de arriba algo comían de migajas, quedáranse los de abajo en ayunas, fuera o no Viernes de la Santa Cuaresma.

Pasóseme por la cabeza invitar luego al ciego a que bajara y compartiera, mas recordéme de tantas y como él siguiese con la vista puesta en las obscuridades del cielo, pensé que no nos vería, y a ojos que no ven, estómago que nada echa de menos. Y a sus piernas celebraríamos la orgía, sin que agora nada pudiera hacer por castigarme, porque en bronce éranse sus manos y pies bien trabados.

Ya eran los primeros jolgorios cuando caí en la cuenta de que yo nada ponía en aquella fiesta, sólo hambre de siglos, y al instante vínoseme a las mientes el recuerdo de los maravedís que el buen deán de la iglesia de Buenos Aires me dejara para posada, y como dellos no fuera menester pues la noche parescíame iba a ser luenga, pedí silencio y díjeles a mis acompañantes:

-Si Sus Mercedes me lo permiten, ponga yo el vino para alumbrar esta noche hasta quella se acabe.

Y apludiéronme con grandes risotadas y parabienes porque ya el recelo habíase ausentado. Uno dellos partió y pronto trajo con grandes trabajos una cubeta de vino de Las Arribes que en una cantina cercana le cambiaran por los maravedís.

Por su cata empezamos la orgía, no sin antes uno que Cirilo el correcaminos llamábanle por su afición a las idas y venidas, que hasta en lugares de Francia y Alemaña conoscíanle, con buen sentir cristiano que aprendido había, díjonos, en sus frecuentes visitas a la rectoral de los padres dominicos de Babilafuente y a la bodega de Eusebio, el del Dúo Mayalde, en la villa transtormerina de Aldeatejada, nos parara y con grandes pompas aquella regalada mesa bendijera desta manera:

-Señor mío Jesucristo,

yo no soy digno de beber agua

teniendo este vaso de vino.

Mas por vuestra divina palabra

beberé el vino y dejaré el agua.

Y brindo y mojo

y a mi suegra le salto un ojo.

Y si está de Dios, los dos

Alzo mi piquito

que ha hecho buen perico,

que come más que una liebre,

que vuela más que un milano,

que se sube a la cabeza

y quiere mandar más que el amo.

Y otro, al acabar el uno entre carcajadas muchas, dijo luego de en seriedad recogerse y juntar las manos como en día de Primera Comunión:

-Que entre con felicidad y salga con facilidad, por Dios amén.

Y había quien más quisiera lucir sus versos y gracias. Pero en comenzando a probar alguno los manjares, todos como lobos en manada arrojáronse tras cuanto había en aquellos manteles floridos con tréboles que a la tierra crecíale para celebrar aquella como noche de San Juan.

Y ya a mí fuéronseme las manos tras las vetas del pernil, que no aguantara más desde la mañana haber olido su rastro en la reunión de los de Letras y no catallo, y cumplida hartura dime, y de los quesos díjele a quien los trajo que en verdad buenos eran y muy superiores que otros que escasa probadura hiciera en la otra vida; y era tal la priesa que me diera y la habilidad en manejar con una y otra mano el jarro del buen vino y la longaniza asada en las brasas, que uno de los sin nombre me dijera:

-¡Qué hambre tiene, señor; parece que no come usted desde hace un siglo!

-No uno sino cuatro -respondíle en verdad y no engañéle, pues compañero era igual que todos los presentes-, que en vida real o imaginada tales manjares no probara, ni aún en etapa última de mejoría, que a tanto no llegaran mis pensiones por oficio real, y en el Limbo, donde habito, estos manjares no son menester, pues sólo de glorias y honras vacuas y sin olor de grasa alimentémonos y de audiencias de nuestros discursos disfrutamos, y disputamos si muchos o pocos son los que nos leen y con cuál aprovechamiento lo hicieren, y en estos quehaceres nos ocupamos.

Entendióme mal el susodicho y creyóse otra cosa de lo que era y preguntóme:

-¿Es que vive usted en el extranjero?

Compadecíme dél de que noticias del Limbo no tuviera, y por no humillarle ante sus compañeros por su error y desconocimiento de las cosas de Letras díjele que sí y que en el tal extranjero estos manjares no había y de ahí mi hambre; y disculpa encontré para seguir comiendo y bebiendo en turnos más veloces que los dellos. Y, a pesar de las priesas, aquellos panes y peces no acábaranse en unas cuantas horas como si otra multiplicación el Señor hiciera para contento de sus pobres.

Ya sus rostros, que al principio de cera eran por el resplandor de las llamas, habíanse mudado por el vino en color del de Porto, o de Toro cuando menos. Otro tanto pasárame a mí, que espejo no necesitase para verme y sentir mudar mi original color de manuscrito. Ni por ésas me emborrachara, que eran tales las privaciones pasadas que aún en diez días seguidos que bebiera lo lograra.

Pero aunque yo siguiese comiendo, presto ellos se hartaron, menos de vino, que seguía corriendo el jarro a la par que nuevos leños echaban a la hoguera. Y buenos cantos y gracias y fiestas se dijeran unos a otros entre risotadas y chanzas y burlas de los buenos, pues que no habían de trabajar ni horario de cumplir en llegando nuevo día. Alguno dellos trajo una caja que dentro de sí tenía presas dulzainas y chirimías y atronaron de música los negros cielos y de la que vieron mecerse y balancearse las hojas de chopos y sauces que allí había, sin duda del relente de la mañana que ya avanzaba, creyéronse que invitación era al baile, y allí mesmo agarráronse unos con otros, como si muchachas fueran, y luego, sueltos, ásperas danzas y contracciones de sus cuerpos hacían como si de demonios hubieran sido de repente poseídos.

Incitáronme a participar y asustéme de veras ante la insistencia de uno ya medio borracho, o de completo, que agarrábame como a moza en romería, mas neguéme por todo a sus zarandeos pues nunca yo en mi otra vida aquellas danzas aprendiera y con otro hombre nunca menos las ejercitara. Así que díjele que no y no, y quellos se divirtieran, que yo al calor del fuego me quedara para curar nuevas toses y fríos que habíanme cogido.

Grandes nostalgias en mí dentro sentía ya que di en pensar que en mi mocedad, por pobre y siervo que fui, sólo de amos y no de amas anduviese rodeado y nunca bailes y danzas echara con mujer, pues que la mía propia, cuando el Arcipreste último diéramela en esposa, gastada era y ya para estos trotes no anduviese, ni yo tampoco. Y en el Limbo, como bien claro sea por cuanto más arriba dije, en otras preocupaciones andamos.

En siguiéndome las nostalgias, ocurrióseme recordar a la mi señora Celestina, que por casamentera y casquivana bien seguro que destas artes conoscía, y si en el Limbo no conviniera ejercitallas, quizás si lograra traella, aquí sí consintiera. Y púseme a la obra.

Como en la mañana a algún perito oyese que ya Santa Inquisición por estas tierras no anduviera (a pesar de haber sido afamados algunos de blanco, frailes dominicos que de S. Esteban eran) y juicio contra brujas y herejes no se celebraran sino sólo por obispos y consejos presbiterales en las sus cosas de sacristía (como los truenos y rayos que han prendido fuego al dómine deán de Ituero por arimarse en civil a monja peruana), atrevíme a evocar en prohibidos conjuros varios la memoria de la mi señora y antecesora Celestina que, en oyendo mis súplicas, en un santiamén tras de las flamígeras llamas desde la Peña del mismo nombre comparesció con grandes aspavientos de contento, y empinado el jarro una y diez veces seguidas para matar la sed del largo viaje que habíale obligado a hacer a horas tan intempestivas para almas que habitan Limbo, enseguida arrimóse con mordaces luxurias en la boca, y en torno a la hoguera hiciérame dar mil vueltas.

Y otras a cada uno de los doce pobres que conmigo eran y que al ver faldas de mujer que de nuevas en la reunión entraran, dejáronse de agarrar unos con otros para guardar turno a la espera de que la dama con aquél terminara para coger otro. Y grandes tropezones dábanse, además de por cansancio, porque todos ahítos de vino eran como pellejos de bodega vieja, incluida la mi señora Celestina. Así estuviéramos hasta la amanecida, y aún la pasáramos, si no fuera porque en una pausa de la música, al mudar los sonidos de chirimías y zambombas, unos tristes versos del maestro nuevo Pedro Guerra sonaran, que a todos paralizaron. Y tales fueron:

Debajo del puente, en el río

hay un mundo de gente,

abajo en el río, en el puente.

Y arriba del puente

las cosas pendientes

la gente que pasa,

que mira y no siente... ...

Arriba del puente

están los de arriba

y están los de abajo

que es menos que arriba,

y luego está el puente

que es menos que abajo...

Por la tristeza de los versos y el rocío de la amanecida los leños fuéronse apagando y ya la aurora comenzó a despertarse río arriba hacia el naciente. Los hombres en corro juntáronse para arroparse unos con otros y con la mi señora y precursora en las artes de la picaresca. Y allí sus penas y desventuras de no avenirse a normas y conductas de sociedad, o de aherrojados haber sido por ella a la tal vida de la puente con lengua trabada hacíannos narración, y quejábanse de nuevas e inhumanas ordenanzas de munícipes en su contra. De cuántos peligros anduviesen rodeados ejemplos nos pusieron que las carnes del espíritu nos abrieran. Largo discurso diles yo de no dejarse vencer por las negras corrientes de la mala fortuna y que remar a buen puerto debían desde su aherrojamiento y marginación en las cauces del río, como yo mesmo hiciera ha siglos. Mas poca atención prestáronme. Medio dormitando eran ya la mayoría, excepto dos que con buen ánimo seguían los consejos de la mi señora que a falta de hombre y mujer, a dos hombres quería casar a toda costa para no tornarse de vacío, y andábales convenciendo con ventajas de nuevas leyes de parejas homosexuales que a punto hubieren y que al fin respeto hicieran de la orientación sexual de cada uno.

Asustado de las zalamerías de la casamentera por si drama les causara como en el libro y escandalizado yo por la su osadía en normas de conducta tan licenciosa, mandéla callar; y, en negándose a soltar su presa, con estertores últimos de las llamas y de los jarros de vino de priesa matélla de esta su aparición, como hicieran en tiempo Pármeno y Sempronio, y despedílla hacia las altas murallas que contienen en sí la Peña Celestina y el huerto de Calixto y Melibea donde su memoria habita en esta ciudad. Más digno lugar es el susodicho queste que a mí han concedido, pues el suyo sea el más hermoso y romántico para que sus artes de alcahueta siga practicando con mancebos, mientras que a mí, por pobre y advenedizo que fui, a las afueras de la ciudad me colocan, como a perro con sarna, que bien se ve questa ciudad más amiga ha sido en sus honores de alcahuetas y tragedias de enamorados que de pobres y sobrevivientes, por si algo malo les pegaran.

Habíaseme tornado el ánimo en tristeza denque oyera los versos y las primeras claridades del día anunciáranme el final de la jornada, que mala cosa sea, como a mi homónimo ocurriera en los Santos Evangelios, que los de Letras con su evocación y estudio de mi libro en el Congreso sobre "Personajes salmantinos en la Literatura Universal" hubiéranme resucitado del olvido, para apenas en una jornada abandonarme y obligarme a morir de la mesma muerte con que ya muriera. Mas cúmplase su voluntad de Señorías, y por bien empleado diera este corto viaje y su relato que aquí acaba sin atreverme a llenar otro tractado para no igualar al primer libro y sus siete tractados (que injusto sea, como ya dije al principio destas letras, quel discípulo iguale a su maestro), si con mi cuento algunos que lo oyeran ansias de conoscer al primero y principal libro sintieran y con su lectura mucho provecho tuvieran y así liberación hiciéranse ellos de la tentación de zaherir sin compasión a mozuelos pobres y sobrevivientes como yo; y a mí liberación de la soledad del Limbo donde he de seguir en compaña de los Doctos por los siglos amén.

Y como así estuviera en incómoda postura, poco propia de espíritus literarios, espatarrado boca arriba por los efluvios del buen vino, con un ojo en la raya del naciente y el otro en el mozuelo del monumento que toses de llanto tenía en su pecho de bronce, levantéme y un brindis con el último jarro a su salud hiciera de todos los que por la hierba andaban desperdigados y dormidos. Respetélos en su silencio y turbación y dellos despedíme con un gesto de mi corazón.

Y en viendo los primeros rayos de sol aparescer sobre el río Tormes, ascendí con literaria compostura al escalón de la estatua de Su Merced D. Agustín Casillas y trasfiguréme en la figura de Lázaro de Tormes, pues que yo soy.

Para leer los capítulos anteriores: http://salamancartvaldia.es/col/191/quintin-garcia/

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