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Asamblea Nacional (IV)
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Asamblea Nacional (IV)

Actualizado 13/02/2017
Alfonso González

A la sesión celebrada el jueves, sus Señorías llegaron en globo voceando la consigna: ¡Los coches oficiales para las multinacionales!

-Hoy van a arreglar la economía del país ?murmuró un colega de la vieja escuela enviado por el prestigioso The Visionary Economist mientras se frotaba las manos. El resto de los periodistas que guardábamos cola asentimos con la cabeza, pero nadie se atrevió a hacer más comentarios. Teníamos la esperanza que nos dejasen entrar a la tribuna habilitada para la prensa. Hubo suerte, un ujier abrió las puertas y nos permitió el pasó. Entramos con un nudo en la garganta, subimos sigilosos las escaleras y nos sentamos sin decir ni pío; queríamos pasar desapercibidos temiendo el desalojo. En ésas estábamos cuando alguien reclamó silencio por los altavoces con un "chiiiiiissssst". La masa colorista enmudeció expectante y el señor Presidente tomó la palabra.

-Estimados representantes del pueblo soberano. Partiendo del axioma de "no es más rico el que más tiene, sino el que más contento está con lo que tiene", y teniendo presente que nuestro pueblo es más espiritual que material ?hoy parecía estar especialmente inspirado-, vamos a solucionar de un vez por todas la espinosa cuestión de la Economía; queda abierta la sesión de hoy.

El portavoz de la mayoría, que alcanzó el poder en las pasadas elecciones con el lema "Somos malos, pero los otros son peores", no se hizo rogar, se puso en pie sosteniendo con decisión el micrófono en la mano derecha, mientras con la izquierda movía distraídamente unos folios de su mesa y, eligiendo uno al azar, comenzó a hablar.

-Las multinacionales son la espina dorsal del país, especialmente las entidades bancarias ?se calló unos segundos y miró inquisitivamente al tendido-. ¿Alguien ignora que si los bancos se constipan el pueblo estornuda? Luego? ¿acaso no es de razón que legislemos para que cada día estén más sanos?

Fue en ese momento cuando el discutido líder de la oposición levantó la mano reclamando su turno. El Presidente se lo concedió.

-Gracias, señor Presidente ?dijo solemne-, pero al hilo de lo oído, creo necesario hacer un sugerencia para el buen funcionamiento de este Parlamento.

Su intervención echó un velo sobre las bancadas. El tema de debate era peliagudo.

-¿No sería más operativo que ellos nos manden sus peticiones y nosotros las convirtamos en leyes? ?se arrancó rotundo ignorando la expectación.

Aunque algunos quisieron ver en esa intervención un guiñó a los amos de las grandes empresas y corporaciones (por el asunto de los fichajes para los consejos de administración), el aplauso fue general, mas de las filas de la oposición demagógica se alzó un brazo solicitando la palabra. El señor Presidente suspiró comprensivo y se la concedió.

-Estimados compañeros ?dijo con voz alta y clara-, ¿no deberían poner un ejemplo los defensores de la moción?

-Por supuesto, por supuesto ?replicó el jefe de la mayoría-. Si una entidad bancaria tuviera una caída de liquidez por uno de las inexplicables y azarosas causas del mundo financiero, en un primer momento podrán disponer de los ahorros de los depositantes como si fuesen suyos, hasta que el Estado inyecte en esa entidad los dineros públicos precisos para que vuelva a tener liquidez.

-Ahora sí, ahora sí ?afirmó convencido el opositor demagogo.

-Miren ustedes -les regañó paternalmente el señor Presidente por la interrupción-, nadie como los miembros de esta Asamblea comprende las dificultades a las que tienen que hacer frente las organizaciones empresariales.

Aprobada sin más impedimentos la propuesta por aclamación, el señor Presidente se puso en pie, no quería ser menos, extendió las manos reclamando silencio y volvió a tomar la palabra.

-Como en todas las cuestiones cruciales volvemos a estar de acuerdo. Hemos solucionado, una vez más, los problemas económicos de nuestra nación. ¡Viva Séverla!

-¡Viva! -respondió unánime la Asamblea con una gran ovación.

Aquella muestra de fervor patriótico nos emocionó a todos, y los periodistas nos abrazamos unos a otros con los ojos arrasados en lágrimas.

Terminada con éxito la exhausta jornada laboral, los señores representantes abandonaron la Asamblea haciendo el pino y caminando con las manos boca abajo. Nos fijamos que tenían cosidos los bolsillos de chaquetas y pantalones para que no se les cayera ni el polvo.

Las asociaciones bancarias y empresariales sacaron un comunicado donde pudimos leer? "Al que Dios se la dé, San Pedro se la bendiga."

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