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Muñeco de palma
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Muñeco de palma

Actualizado 11/02/2017
Juan Ángel Torres Rechy

Hacia las siete de la mañana, el horizonte comienza a tornarse naranja y de un momento a otro se vuelve azul. Desde la ventana de mi habitación no se ve el movimiento de la gente por las calles, pero adivino a un par de vecinos sacando a pasear a sus mascotas y a estudiantes y a trabajadores camino a sus labores. Hay otras personas que deben desplazarse grandes distancias para llegar a sus destinos. Salen de casa a una hora muy temprana por la madrugada. El día tiene su ritmo y la población tiene el suyo. Hacia las siete de la tarde, la noche prácticamente ha caído y los coches alumbran las calles con sus faros. Ese tiempo se puede aprovechar para el deporte, o para terminar de llegar a casa. La vida del género humano varía, mientras que el trasfondo del mundo, o la vida del planeta sobre la que nosotros nos desplazamos, continúa igual. Siempre resulta posible percibir un pulso constante, un palpitar, algo como el rumor del viento. En momentos de reposo, surge una conciencia emparentada con el sentido de la existencia, o con su sinsentido hecho de sueño y vigilia, y oscuridad y luz, y ser y no ser. Miro un muñeco de palma y me pregunto cómo será la vida prometida posterior al abrazo de la cruz. No sé si resulte correcto decir que es en el no ser donde surge el ser con su misterio abierto. Todo, indudablemente, ocurre en el interior, porque no hay otra realidad que la interior, unida por los sentidos y otras facultades a la realidad física y a la materia de la inteligencia y la memoria, tirada hacia delante por la voluntad. Siempre estará aquí el mundo mientras la mujer y el hombre no acaben con él. ¿Pero qué es la vida, envuelta en las nuevas tecnologías? ¿Qué es la vida, sustentada por el invento de Gutenberg? ¿Qué es la vida antes de la escritura? Debe existir un vaso comunicante entre todas las fases del desarrollo del género humano. ¿Existirá la vida tan solo como pretexto para la fe y la esperanza? ¿Seremos nosotros sus vehículos, solamente? ¿Será el amor el único ser verdadero, cuyo soplo nos mantiene en pie? ¿Por qué estás tú, estimado lector, posando tu mirada en estos caracteres? ¿Has encontrado lo que esperabas? ¿Crees que mi escrito puede nutrirte? ¿O acaso se trata de la primera ocasión que entras en mi columna? Como puedes ver, aquí y ahora sucede lo mismo que sucedió en 1949 cuando Jorge Luis Borges escribió en La casa de Asterión que «dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intricado sol; abajo. Asterión», o sea, arriba está el sol y tú estás abajo, a la lectura de estas palabras frente a las que yo estaba cuando las escribí. Estimado lector, ¿adónde he ido? ¿Adónde estoy ahora que ya no estoy a este texto? La columna no es más que mi sombra. Tú miras esta sombra mía y yo a la distancia del tiempo y el espacio te imagino con el tesoro que seguramente llevas en tu pecho. Espero verte algún día, aunque tú no sepas que soy yo, ni tampoco yo sepa que eres tú. ¿Sabes qué hora es en este momento? Son las 7:00 p.m. ¿Para ti, qué hora es?

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