Los doce aspirantes que se jugaban el puesto a la semifinal han tenido la oportunidad de disfrutar y demostrar el concepto del toreo innato, el que han aprendido e incluso aquel que pueden llegar a desarrollar
Al acabar el tentadero, quinta prueba de selección, muchos de los que abandonaban las gradas de la plaza de tientas se habían sentido toreros en algún momento. Un pase, un lance, un remate por abajo o uno de pecho habrían soñado que endilgaban a las becerras de Sepúlveda.
Desde la excelente primera, es un enigma sin resolver que prácticamente en todos los tentaderos de este y años pasados, la vaca que abre plaza es la mejor, hasta la última, más complicadita y rajada, todas han tenido calidad y nobleza. El único pero que se le puede poner al encierro venido desde los Puentes de Castillejo es, por decirlo de una forma sutil, que fue extremadamente terciado, inofensivo y fácil en apariencia restando emoción e importancia a lo que sucedió, esta vez sí, en el cuidado ruedo de la Plaza de tientas.
El Mayoral de la ganadería Ángel Hernández, a la vez haciendo el oficio de picador, tomó nota de la bravura de cada animal al mismo tiempo que decía el momento de lidiar, al sustituir al ganadero Íñigo Sánchez-Urbina.
Los doce aspirantes que se jugaban el puesto a la semifinal han tenido la oportunidad de disfrutar y demostrar el concepto del toreo innato, el que han aprendido e incluso aquel que pueden llegar a desarrollar. Una tarde de entrenamiento con público que les habrá servido tanto o más que las clases en sus escuelas taurinas. Va a ser muy difícil para el jurado descartar a alguno de los noveles, ya que ante la bondad y calidad de los animalitos que se encontraron delante han rallado todos a un nivel medio-alto.
El jerezano Juan Manuel Caro Granados, con su forma distinguida de andar en la plaza y un toreo de indudable calidad, vuelve a confirmar que no vino a Ciudad Rodrigo a hacer turismo posicionándose como uno de los firmes aspirantes a, al menos, matar un novillo en el Carnaval. Destacó el madrileño Juan Collado Díaz con su toreo templado y hondo. Víctor Hernández, como ya demostró el pasado año, es el que atesora el concepto más personal y distinto de los inscritos aunque no acabe de calar entre los aficionados. De Torrijos (Toledo) llega Jorge Rodríguez Palomo y se desenvuelve entre elegante, solemne y barroco tanto en el fondo como en las formas. Muy inteligente el madrileño Juan Carlos Lozano al darle los adentros a la vaca cuando se rajó y provecharse de la querencia del animal, demuestra que posee recursos y condiciones para retos mayores.
Pero el que de verdad ha estado enorme ha sido Valentín Hoyos Calama, de La Alberca. Un jovenzuelo que va creciendo y afianzándose prueba a prueba, que todos pensaban que había que darle tiempo pero que en el tentadero de esta tarde ha mostrado una clase, una firmeza, un gusto y una torería que le van a permitir, tanto a Él como a los muchos serranos que le acompañan, tener que aplazar los posibles planes que tuviera el próximo fin de semana y que no fueran otros que el de venir hasta Miróbriga con los trastos de torear.
Es cierto que el tentadero de esta tarde ha resultado entretenido como es cierto también que le ha faltado esa emoción que se percibe en los tendidos cuando la dificultad y el peligro de lo que estás viendo abajo te hace pensar que no serías capaz de ni tan siquiera intentarlo. Entonces ya hubiera sido perfecto y la perfección suele ser, por lo general, aburrida. El caso es quejarse. He dicho.
Artículo: Jesús Cid
Reportaje gráfico: Adrián Martín