Mientras escribo estas líneas miro las aguas del Tormes en este domingo de febrero, débilmente iluminado por un pálido sol. Ha llovido toda la noche sobre la ciudad y el viento ha rugido metiéndose en los patios, entre las callejuelas, en las torres, a veces doradas por el sol. Muy de mañana paseantes de todo tipo, edad y condición sacan a pasear a su perro, ( posiblemente el ser más querido de sus vidas) por las orillas del río.
Como Chejov, que amaba sus perros, los ríos, la naturaleza invernal, otoñal o veraniega, con pasión. Anton Chejov nunca escribía sus cientos de cuentos y relatos sobre la vida de las mujeres y los hombres, de los campesinos, aristócratas, funcionarios, estudiantes, obispos, terratenientes, médicos, cazadores, curas, abogados?separados de la naturaleza donde trascurrían sus duras vidas. Siempre están presentes en sus libros los bosques, la estepa, las aves, las aguas de los ríos o del mar, con la misma importancia en el relato que lo que viven, sufren o gozan, sus Nadias, Sonias, Andreis, Alexeis o Nicolais. Un crítico francés escribía no hace mucho sobre Chejov que ha sido el escritor MÁS DEMÓCRATA de toda la historia de la literatura; en sus páginas están presentes todas las clases sociales, todas las edades, todas las profesiones y oficios del momento.
Quizás ese es el motivo, o uno entre otros, de que todos los lectores rusos admiren a Chejov: ciudadanos o campesinos, críticos o lectores sin ínfulas, conservadores, liberales, socialdemócratas, bolcheviques, socialistas, todos reivindican a Chejov como su escritor. Todos se han visto reflejados en el espejo de sus obras, sin concesiones, con realismo, a veces con dulzura, otras con ácida crítica o humor, siempre con profundo respeto.
El milagro de Chejov, la prueba de su genialidad, es que el lector actual, tan aparentemente distinto al de hace un siglo y pico, se sigue reconociendo en sus personajes, en sus relatos, en las ilusiones, miedos, dolores, ideales, vacíos y angustias, como si Chejov los hubiera escrito ayer.
Siempre tengo como "libro de cabecera", lo mismo que mi vecino, poeta salmantino, El obispo, ese relato tan bello y tan sabio que inocula la esperanza en la vida y en el más allá, a creyentes y a no creyentes; pues habla del deseo, del anhelo del corazón humano de una luz que no se apague nunca, o que venza siempre a las tinieblas. Y la existencia de ese deseo, anhelo, ilusión?es tanta verdad, como la verdad del cuerpo y su desaparición, de la que tanto sabía Chejov, médico y enfermo de tuberculosis durante tantos años.
En el alma humana, como en el obispo del relato, siempre hay resurrección.
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